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Actualizado: 7 de junio de 2025


Se visitaba con los inquilinos de la casa, y con alguna familia de la inmediata, gente muy llana, muy neta; como que a todas las visitas iba la prójima con mantón y pañuelo a la cabeza. En el tiempo que duró aquella cómoda vida volvieron a determinarse en ella las primitivas maneras, que había perdido con el roce de otra gente de más afinadas costumbres.

María Valdivieso, con su falta de tacto acostumbrado, inclinóse hacia Currita como para quitarle una pelusilla que desperfeccionaba el complicado lazo de las bridas de su sombrero y le dijo muy bajo: ¿Eh?... ¿Qué tal?... Con esta prójima no contábamos... ¿Te inquieta?...

Resolvió, pues, la tía dejar la discusión para el día siguiente; mas tanto la apremiaron la curiosidad y el enojo, que no pudo menos de personarse, pasito a paso, en la sala, y decir a Fortunata, con voz oprimida: «Explícame esto». ¿Esto?... murmuró la prójima, alzando la cara, como quien despierta.

«¿Enfermo? dijo Maxi, clavando en ella sus ojos de iluminado . En efecto, tenía un brazo en cabestrillo. ¿Pero por dónde sabes...?». No, no, yo no sabía nada replicó Fortunata enteramente aturdida. ¡ lo has dicho! exclamó Rubín con la mirada terrorífica . ¿Por dónde lo sabes? La prójima se puso como la grana; después volvió a palidecer.

Cuando la prójima le vio entrar aquel día con el sombrero echado hacia atrás, los ojos chispeantes, los movimientos ágiles, comprendió que las noticias eran buenas. «Con estos alegrones dijo él abrazándola , se rejuvenece uno. Chulita, otro abrazo, otro. Vengo de hablar con la mismísima doña Lupe la de los Pavos». Fortunata se asustó sólo de oír el nombre de su tía política.

Ver el portal fue para la prójima, como para el pájaro, que ciego y disparado vuela, topar violentamente contra un muro.

En los días que siguieron a la primera visita del administrador de la casa, no pudo la prójima apartar de su pensamiento a la que por tan breve espacio de tiempo fue su amiga. «¡Quién le había de decir a ella y quién me había de decir que viviría en su casa! ¡Qué vueltas da el mundo! En aquellos días, ni a se me pasaba por la cabeza venirme aquí, ni esta casa era tampoco de ella.

A última hora se ponían las piezas y zarzuelitas más verdes, y cual si esto les sirviese de aperitivo, era de ver cómo a la salida muchos caballeros, o vestidos de tales, esperaban en la calle la salida de bailarinas, coristas y figurantas: por fin, cuando terminado el espectáculo comenzaba la puerta del escenario a vomitar mujeres envueltas en mantones y con toquillas de estambre a la cabeza, cada hombre se llevaba su prójima, que solía ser ajena; alguna, envidiada de las demás, subía en coche, y ya formadas las parejas, que a veces en realidad eran tercetos, todos se iban contentos; ellas haciéndose las conquistadas, y ellos imaginando triunfo lo que, a lo más, era compra.

Ambos evitaban que en sus conversaciones surgieran ciertos nombres; pero una noche se habló, no por qué, de Juanito Santa Cruz. «Anda dijo Fortunata , que ya se habrá cansado otra vez de la tonta de su mujer. A bien que ella se tomará la revancha...». No lo creo... Pues yo ... afirmó la prójima fingiendo convicción . ¡Bah!

¡Oh!, después, sentirse uno absolutamente puro, perteneciente a la sustancia divina; reconocerse uno parte de ella, y todito con aquel gran todo... ¡Qué dicha tan grande! ¡No padecer...! murmuró la prójima inclinando su cabeza sobre el pecho de él . ¡No temer si le hacen a uno esta o la otra perrería...!, no verse en agonías nunca y gozar, gozar, gozar...

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