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Actualizado: 31 de mayo de 2025


La gente abandonaba los balconajes para correr a este último sitio. Cerca del jardín de invierno encontróse con Maud, que marchaba entre los esposos Lowe. Cruzaron un saludo, y Ojeda experimentó instantáneamente una sensación de extrañeza. Mrs. Power parecía otra mujer. Casi sintió deseos de pedirla perdón, como el que se equivoca confundiendo a un extraño con una persona amiga.

Mrs. Power, al aparecer por breve rato en esta parte del buque, no tardó en adivinar la oculta relación entre los dos, a pesar de su afectada indiferencia. Este descubrimiento pareció devolverle la tranquilidad. Ya no la molestaría su antiguo amigo. Y hasta se atrevió a sonreírle irónicamente, cual si le felicitase por su nueva conquista.

Power ante ellos, no podría mantenerse en su altivez silenciosa y sonreiría irónicamente... Pero un egoísmo optimista protestaba en su interior contra tales escrúpulos. Podrá ser grotesca, ¿y qué?... Me divierte, y basta. El amor siempre es amor, por ridículo que parezca, y esta pobre mujer me quiere.

Una ligera tos le hizo volver la cabeza, y vio junto a él, apoyada en la baranda, a Mrs. Power, su vecina del comedor. Un tul verde cubría la desnudez de su escote. Llevábase a la boca el cabo dorado de un cigarrillo, y un surtidor de humo partía de sus labios, tomando reflejos de iris bajo el resplandor eléctrico antes de perderse en la obscuridad.

Ojeda lo reconoció, recordando la fotografía entrevista una vez: era míster Power. Acababa de detenerse el buque, bajando su escala para recibir a los empleados del puerto encargados de revisar sus papeles. Aparecieron en las cubiertas varios marineros mulatos o blancos, pero todos por igual de obscura tez y extremadamente enjutos de carnes. Eran la escolta de los funcionarios del puerto.

La negra calma de la noche serenó y puso en orden sus atropellados pensamientos. Vio de pronto con toda claridad la conducta de Mrs. Power, que le había parecido hasta entonces inexplicable... No mentía al alabar la frialdad de su carácter, que ella llamaba «práctico», dando a tal palabra la misma solemnidad que si fuese un título de nobleza.

Ojeda ocupaba una mesa con Mrs. Power y el matrimonio Lowe. No sabía con certeza si era él o su amigo el yanqui el autor de la invitación, pero ésta había interpretado los deseos de Maud, que pareció transformarse al tomar asiento en un diván del café. Bebieron fuerte los tres compañeros de Ojeda. Mrs. Power tenía los ojos levemente lacrimosos.

El lunes, la derrota y la burla que le hacían odioso el recuerdo de Mrs. Power. Al otro día, Mina, la melancólica, que había prolongado su dulce encantamiento hasta la tarde del día presente.

Power con la pareja de compatriotas suyos que pasaba por delante de él fingiendo no verle. A la mañana siguiente se habían encontrado de nuevo. Mina subió a la cubierta en las primeras horas, mucho antes que los otros días, llevando de la mano a Karl. El pequeñuelo, apenas vio a Fernando, corrió hacia él, dejando flotar sus rubias guedejas sobre el cuello azul de su blusa marinera.

Power en la escalera del jardín de invierno, y juntos fueron a sentarse en el sitio que ocupaba ella habitualmente con la pareja de compatriotas. Ojeda, después de ser presentado a los esposos Lowe, permaneció allí como si estuviese en familia. «Ya lo acapararon los yanquis pensó Maltrana . Ahora la señora le muestra un abanico y le invita a escribir en él... Desea versos; tal vez versos de amor.

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