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Actualizado: 12 de octubre de 2025
No, señor... el baúl, donde viene la ropa blanca.... No pude mudarme. Artegui se levantó. ¿Por qué no lo dijo usted antes?, ¡justamente estamos en el pueblo donde se equipan las novias españolas! Vuelvo pronto. Pero.... ¿adónde va usted? A traerla a usted un par de mudas.... Debe usted de estar en un potro con esa ropa. ¡Señor de Artegui, por Dios!, yo abuso de usted; aguarde....
El aventurero sustituyó las botas guerreras por la alpargata o la abarca de piel de potro; la coraza por el peto acolchado de algodón, que le servía de almohada durante la noche; el casco por el morrión de cuero; la capa por el poncho indiano. El indio vino al fin a él interrumpió Zurita sonriendo , pero él hizo la mitad del camino yendo hacia la hembra india.
¿Y por qué no? le respondí, ¿Cuánto vale la jaca? Media bicoca, señorito; por ciento cincuenta duros.... Es muy cara. Ah, señor! si usté supiera lo que vale la yegua!... Es mas fina que una perla; y tal madre tal hijo. Entonces la jaca es muy mala. Puah! qué está usté rezándome! Y el padrote.... La verdad: la yegua fina da mal potro, si el caballo es bueno.
Se arrancaba los cabellos, pateaba el suelo como un potro no domado, batía contra las paredes de su casa los aperos de la labranza, lanzaba terribles imprecaciones y amenazas. Al fin cayó en una calma más terrible aún que su furor. Quedó pálido y profundamente sosegado.
Ay dolor como ser señalado y corrido, quando el negocio no sucede á medida del deseo? Querria entonces aver nacido el que como potro desbocado solicitó su ruina, guiado de su antojo indomable? Prodigioso afecto es, sin duda, el de la Poesia. Tan asido esta al alma, que antes parte ella del Cuerpo, que el desampare el coraçon. »Dízese del amor engendrarse en el alma de un solo mirar.
Hombre sobre el cual dejaba caer su puño, caía redondo: potro cerril cuyos lomos abarcaba con sus piernas de acero, ya podía encabritarse, morder el aire y echar espumarajos de cólera, que antes se desplomaba vencido y jadeante que lograba libertarse del peso de su domador.
Nolo fué á la cuadra y sacó el caballo á la calle y cerciorándose de que ningún transeunte cruzaba á la sazón, llamó en voz baja á Demetria. En un instante la subió sobre el potro, montó él detrás de un salto, y ¡arre, Lucero! Como se hallaban en un arrabal de la ciudad pocos instantes tardaron en salir al campo.
Gustábanle los caballos y las escopetas con entusiasmo juvenil, como a cualquier señorito del Círculo Caballista. En punto a domar un potro o a meter la bala donde ponía el ojo, no admitía rival. Además, era todo un hombre; tan hombre como el que más: le gustaban los valientes para ponerlos a prueba; ansiaba aventuras para que se supiese quién era el hijo de Paco el de Algar.
Y luego, volviéndose hacia la miserable turba, con voz entre grave y burlona, le dijo: Adiós España; adiós soldados de Flandes, conquistadores de Europa y América, cenizas animadas de una gente que tenía el fuego por alma y se ha quemado en su propio calor; adiós, poetas, héroes y autores del Romancero; adiós, pícaros redomados que ilustrasteis, Almadrabas de Tarifa, Triana de Sevilla, Potro de Córdoba, Vistillas de Madrid, Azoguejo de Segovia, Mantería de Valladolid, Perchel de Málaga, Zocodover de Toledo, Coso de Zaragoza, Zacatín de Granada y los demás que no recuerdo del mapa de la picaresca.
Al fin de la calle del Águila también desmerece mucho el vecindario, pues en la explanada de Gilimón, inundada de sol a todas las horas del día, suelen verse cuadros dignos del Potro de Córdoba y del Albaicín de Granada. Por la calle de la Solana, donde habita tanta pobretería, iba Fortunata a misa a la Paloma, y se pasmaba de no encontrar nunca en su camino ninguna cara conocida.
Palabra del Dia
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