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Actualizado: 8 de noviembre de 2025
La excursión ofrecía poco peligro; la noche era clara, el camino hasta Zenda, muy concurrido y lo único que hice fue envolverme en una amplia capa. Un lacayo nos seguía a distancia. Tarlein dije al llegar a la población; en la posada adonde nos dirigimos hay una muchacha muy linda. ¿Cómo lo sabe usted? preguntó. Porque he estado en ella. ¿Desde?... No, antes. Pero le reconocerán a usted.
A Mochi se le antojó de repente volverse a contaduría, donde había dejado algún dinero, y como no se fiaba de la cerradura... «Id andando», dijo, y echó a correr. La posada de la Gorgheggi y de Mochi, que era la misma, estaba lejos; había que seguir a lo largo todo el paseo de los Álamos para llegar a la tal fonda. Serafina y Bonifacio echaron a andar. A los tres pasos, en la sombra de una torre, ella se cogió del brazo de su amigo sin decir palabra.
En esto, llegaba ya la noche, y, al cerrar della, llegó a la venta un coche, con algunos hombres de a caballo. Pidieron posada; a quien la ventera respondió que no había en toda la venta un palmo desocupado. -Pues, aunque eso sea -dijo uno de los de a caballo que habían entrado-, no ha de faltar para el señor oidor que aquí viene.
Vine á parar á esta misma casa, esto es, á la misma posada; la casa estaba entonces situada en la calle del Barquillo.
Entonces, antes de que nadie lo pudiera evitar, el Cacho, desde la esquina de la posada, levantó su fusil, apuntó; se oyó una detonación, y Martín, herido en la espalda, vaciló, soltó a Ohando y cayó en la tierra. Carlos se levantó y quedó mirando a su adversario. Catalina se lanzó sobre el cuerpo de su marido y trató de incorporarle. Era inútil.
Me recibieron muy bien en el hotel, que no pasaba de ser una posada, presidida por una corpulenta matrona y sus dos hijas; gente bonachona y tranquila, que parecía cuidarse muy poco de lo que sucedía en la capital.
Dieron muerte a muchas personas que no les hacían daño, lo cual creo yo que no se vió en ninguna de las guerras de Alejandro. Pero también se les molió de firme. Unos cuantos pasaron por la calle de enfrente hechando bravatas, y detuviéronse en la puerta de la posada de Gil, donde tenían encendido el horno para cocer la loza. ¡Ay!
Al llegar cerca del convento de Recoletos, era ya de noche. ¿Quién vive? gritó el centinela. España. ¿Qué gente? Paisanos. Adelante. Volvieron a mostrar sus documentos al cabo de guardia y entraron en la ciudad carlista. Pasaron por el portal de Santiago, entraron en la calle Mayor y preguntaron en la posada si había alojamiento. Una muchacha apareció en la escalera.
Después de transcurrir algunos días llega también á esta posada su fugitivo amante, pero en compañía de una dama, que dice ser su hermana. Excita, por tanto, las sospechas de Lisena, que aprovecha cuantas ocasiones se le presentan de interrumpir sus coloquios.
Es una excelente posada la del Áncora de Oro, en Plonezoch. Cerca de la puerta se elevan dos hermosas encinas, verdes y frondosas, que dan sombra a las mesas, siempre atractivas, de tan lustrosas que están; y como el Áncora de Oro está situada en la plaza mayor, no se encuentra un golpe de vista más animado, sobre todo a la hora del mercado, durante las hermosas mañanas de julio.
Palabra del Dia
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