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Actualizado: 9 de junio de 2025
¿Sabes por qué parezco más joven de lo que soy? continuó Atilio, cada vez más exaltado . ¿Sabes por qué seré joven cuando otros de mi edad serán ya viejos?... Me finjo irónico, parezco escéptico, pero poseo un secreto, el secreto de la eterna juventud, que guardo para mí... Puedo revelártelo.
La oscuridad de sus ojos es la oscuridad de mi vida: esa sombra negra ha hecho tristes mis días, entenebreciéndome el bienestar material que poseo. Soy rico: ¿de qué me sirven mis riquezas? Nada de lo que él no pueda ver es agradable para mí. Hace un mes he recibido la noticia de haber heredado una gran fortuna... ya sabe usted, Sr. D. Carlos, que mi primo Faustino ha muerto en Matamoros.
Y canta y llora; sí, madre querida, lloro entregado á sin igual tristeza, que el cuerpo y el espíritu, abatidos, no pueden desechar; que con la vida no ha de acabar aunque con ella empieza; pues una voz callada y misteriosa resuena en mis oidos, y me dice que el alma no reposa. ¡Lloro, insensato, y creo que este llanto terrible y encendido, mísero y solo bien que ya poseo, puede pagar el que por mí has vertido!
Comprendió que el mejor partido era no excitar su naturaleza indómita, esperar que la amistad o su mismo orgullo la impulsasen a la generosidad. Hizo un esfuerzo para reprimir sus ímpetus ante la mirada altiva y provocativa de su amiga y dijo con abatimiento: Pues sí, Clementina, te lo confieso. Tu marido tiene en su poder lo poco que poseo. Si lo pierdo me quedo sin una peseta.
Yo creo, señores, que entonces pillé para el resto de mis días esta enfermedad del estómago, que terminará conmigo... Acabé por establecerme, y poseo mi depósito en la calle Alsina, ya saben ustedes dónde; uno de los mejores depósitos al por mayor de ropa fina para señoras; y tengo clientes en toda la República y trescientas muchachas trabajando en los talleres.
En la víspera de la batalla de Chuquinga ofreció un rico capitán a un soldado diez mil pesos por su caballo, propuesta que el dueño rechazó con indignación, diciendo: Aunque no poseo un maravedí, estimo a mi compañero más que a los tesoros de Potosí.
Mis manos están puras, y en el día del juicio final, cuando se pesen nuestros actos, podré presentarme osadamente ante el trono de Dios Todopoderoso y decirle: «Cúbreme con tus más blancos ropajes, pón en mis hombros las alas de cisne más delicadas y déjame colocarme en la primera fila, pues poseo una hermosa voz, a la cual sólo falta un poco de ejercicio para honrar al paraíso.»
Y poseo, quizá, algunas cualidades que no conocéis... Sé, Juan, lo que sois vos, y sé los compromisos que contraigo tomándoos por esposo: seré para vos no sólo una mujer cariñosa y buena, sino también valiente y firme.
Pues, señor Visitador, contra todo lo que dice su señoría que hay de grave en mi proceso, poseo yo mil argumentos irrefutables; sí, señor, mil argumentos. Y lo mejor es que seamos amigos y nos dejemos de pleitos, que no sirven sino para traer desazones, criar mala sangre y hacer caldo gordo a escribas y fariseos.
El anillo está en mi dedo y la corona sobre mi frente; he aquí que poseo rasos y joyas en abundancia, y en el presente instante soy feliz. Y mi Señor me ama bien; pero la primera vez que pronunció su voto sentí estremecerse mi pecho, porque sus palabras sonaron como un toque de agonía y su voz se parecía a la de aquel que cayó durante la batalla en el fondo del valle, y que es dichoso ahora.
Palabra del Dia
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