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Actualizado: 13 de julio de 2025
El portero le examinó, con mucha calma, de pies a cabeza, con una mirada indiferente e insolente a la vez, y, tras un corto silencio, dijo: Anteayer vino también uno de ustedes... Uno rubio, con grandes bigotes. ¿Le conoce usted? ¿No he de conocerle?... Rubísimo. Hay muchos como usted... que recorren las calles... ¡Escuche! protestó Krilov . Todo eso me tiene sin cuidado. Sólo vengo...
Cuando Barberau, su antecesor, se retiró no sé adónde, para vivir de sus rentas, un cliente recomendome a este, que se estaba literalmente muriendo de hambre. Llamó M. L'Ambert, y ordenó al ayuda de cámara, que se presentó al instante, que hiciera subir a Singuet, el nuevo portero. Acudió el hombre, y lanzó un grito de espanto al contemplar el rostro de su amo.
Estos paseos representaban para ella horas de alegría y libertad, como si sus largas permanencias al lado de la doctora fuesen de monótona servidumbre. Una tarde la esperó Ulises lejos del hotel, para evitar el espionaje del portero.
El portero era un antiguo cabo de coros; el principal estaba ocupado por una agencia donde de sol a sol no se hacía otra cosa que poner voces a prueba; los demás pisos los habitaban cantantes que al saltar de la cama comenzaban a hacer ejercicios de garganta conmoviendo la casa del tejado a la cueva como si fuese una caja de música.
Como de costumbre, el portero negro que guardaba la puerta de la verja de hierro que rodeaba el jardín, le dio paso franco sin sonar la campana, porque estaba industriado y al corriente de todo y sabía bien su oficio.
Tenía la librea de palacio, y por su edad, que era ya madura, y por su aspecto y por un no sé qué característico, se conocía que era uno de los jefes de la baja servidumbre. En efecto, Ruy Soto era portero de una de las subidas de servicio del alcázar, que se comunicaban de una parte con el cuarto del rey, y de otra con las galerías superiores ocupadas por la servidumbre.
Sobre todo cuando se llevan la mano al corazón y mueven la cabeza a un lado y a otro y les tiembla la voz, le digo a usted señor de Barragán que es cosa de comérselos. En vida de mi difunto no perdía una sesión, porque era primo hermano del portero mayor; pero ahora ya ve usted... las cosas han cambiado, y los parientes gracias que le saluden a uno en la calle.
Un empleado que pasea por allí metido en un largo gabán de paño azul, el aire aburrido, las manos á la espalda, le detiene: ¿Qué desea usted?... El interpelado responde aplomadamente: Ver al señor X... Conozco el camino. Y sigue adelante, pisando recio, y dueño de sí mismo. Su entereza le salva; parece «de la casa». El portero le saluda amablemente. ¡Menos mal!
Así la necesidad de la grandeza, como esas tres gotas exquisitas, está en el fondo del alma. Duerme como si nunca hubiese de despertar, ¡oh, suele dormir mucho! ¡oh, hay almas en que el portero no despierta nunca! Tiene el sueño pesado, en cosas de grandeza, y sobre todo en estos tiempos, el alma humana.
La nueva verdad religiosa, pues, tuvo que entrar en el lugar de aquélla por la ancha puerta de las supersticiones, poniendo allí de guardia a la teología, para impedir el acceso a los nuevos arribantes de la misma o de otra estirpe; y fue precisamente el portero el que lo echó todo a perder.
Palabra del Dia
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