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Actualizado: 25 de junio de 2025


A vosotros no puedo daros nada: los dos estáis malditos; pero vuestros hijos son inocentes y tendré mucho gusto en hacer un don á cada uno de ellos.... Yo había creído que teníais una descendencia más numerosa. ¿Sólo cuatro hijos? Seguramente que no me arruinaré con mis regalos. Anda, Eva, tráeme á tus pequeños. Los cuatro pilletes se alinearon ante el Todopoderoso, que los examinó atentamente.

El excelentísimo Martínez hizo un gesto que no significaba si entendía o dejaba de entender; desde que el pobre señor había pasado el puente natural que lleva del banco azul a las grandes mesas de la corte, caminaba de indigestión en indigestión, y sentía en el estómago la nostalgia de aquellas nutritivas sopas de ajo, no digeridas del todo, que habían hecho de él un tanto robusto hombre de Estado, y fueron su cotidiano alimento en los tiempos en que rompía sus primeros calzones entre los pilletes de cierta playa de las costas asturianas... ¡Santo Dios, y qué dolores de tripas más atroces le había costado el pâté foie-gras del último viernes de Palacio! ¡Qué coliquera más terrible le chou

Eran unos pilletes insoportables, pero hoy que están muertos se les atavía con increíbles virtudes, para humillar a los pobres que vivimos y valemos más que ellos. ¡Dios mío, qué ave más espléndida! Y hablando sin cesar, comía con apetito y entusiasmo sin iguales.

En la nave del trasaltar, la más obscura, escondidos en la sombra de los pilares y en las capillas, algunos señoritos se divertían en echar a rodar sobre el juego de damas del pavimento de mármol monedas de cobre, cuyo profano estrépito despertaba la codicia de la gente menuda; bandos de pilletes que ya esperaban ojo avizor la tradicional profanación, corrían tras las monedas, y al caer tantos sobre una sola en racimo de carne y andrajos, excitaban la risa de los fieles, mientras ellos se empujaban, pisaban y mordían disputándose el ochavo miserable.

Los pescadores, desde sus botes, lanzaban envidiosas miradas; los pilletes, desnudos, de color de ladrillo, echábanse al agua para tocarle la enorme cola. Rufina se abrió paso entre la gente, llegando hasta su marido, que con la cabeza baja y una expresión estúpida oía las felicitaciones de los amigos. ¿Y el chico? ¿Dónde está el chico? El pobre hombre aún bajó más su cabeza.

Indudablemente lord Gray estaba loco. Yo no pude menos de reír oyéndole, en lo cual me imitaron los pilletes a quienes se dirigía, y pensé que las ideas expresadas por él eran frecuentes entre los extranjeros que venían a España. Si eran exactas o no, mis lectores lo sabrán. Amigo me dijo el lord uno de los placeres más halagüeños de mi vida es pasar largas horas entre las ruinas.

El ruido de la Fontana resonaba como enjambre lejano: á los gritos se unían las palmadas, y una voz agitada y sonora se elevaba á ratos sobre aquella tempestad de entusiasmo. Lázaro vió en torno suyo á tres pilletes que le contemplaban con burla, y uno de ellos atisbaba una ocasión oportuna para quitarle el sombrero.

Amarilla, amarilla... ¡Naranjas, rediós! aulló el pillastre y dio un tirón al pañuelo, preparándose a emprenderla a latigazos con sus compañeros. ¡Que me arrancas el brazo, bruto, y que no es eso!... Los demás pilletes ya se habían puesto en salvo y corrían por la carretera y el Espolón. ¡Venir! ¡venir! que no es eso... gritó la madre.

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