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Actualizado: 19 de junio de 2025
Despidióse Elvira de su hijo sin decir cuándo ni adónde iba, y el rector del colegio, que conocía a fondo todas las pesadumbres de la dama, quedó encargado de no permitir que el niño recibiese otra visita que la de la marquesa de Villasis durante la corta ausencia de su madre.
Bien persuadido entonces su amo de que no había razonamiento capaz de convencerla, ni medida rigurosa, como la de plantarla en la calle, que no empeorara el destino de la infeliz, entre verla perdida o desgraciada, optó por lo menos malo al cabo de los días: arregló un casucho que tenía medio abandonado al extremo inferior del valle; agrególe tierras y ganado; hizo, en fin, cuanto puede hacer un padre por un hijo en casos tales, y dijo a Facia después de haberse negado a recibir al novio y a verle al alcance de su voz: Cásate cuando te dé la gana, y meteos ahí para que, siquiera, siquiera, cuando las pesadumbres te maten, tengas cama propia en que morir después de haber pedido a Dios perdón de tus ingratitudes y locuras.
Marmitón había dormido toda la noche de una tirada, con lo que habían entrado en equilibrio y en juego las piezas y los engranajes de su armadura de coloso; y de esta suerte funcionaban en él, hasta las pesadumbres, con perfecta regularidad. Yo llegué cuando su hija y su nieta le servían el desayuno, y me habló de «la desgracia del pobre Celso» como si acabara entonces de ocurrir.
Mas no le bastaba con esto: sus cálculos estaban bien formados; pero eran cálculos al fin, que podían fallar, contra tantas probabilidades de que no fallaran: su situación, por consiguiente, era grave, gravísima; y lo probaba, además, aquella tirantez de espíritu en que él vivía, aquella opresión de su pecho, aquel nudo de su garganta que le parecía el manantial de donde fluían las lágrimas que le brotaban de los ojos en cuanto los ponía en la imagen de Luz, o el pensamiento en que pudiera perderla para siempre; y por ser tan grave la situación, no era para arrostrada por él, a solas con su inexperiencia y cargado de pesadumbres.
Y si supiera quién era yo le hiciera una sátira con tales coplas que le pesara a él y a todos cuantos las vieran de verlas. ¡Miren qué bien le estaría a un hombre lampiño como yo la ermita! ¡O a un hombre vinajeroso y sacristando ser mozo de mulas! Ea, señor, que son grandes pesadumbres esas. -Ya le he dicho a V. Md. -repliqué- que son burlas, y que las oiga como tales.
Pronto anidaron en aquellas almas, presas bajo inquietas pesadumbres, anhelos como antojos iniciales; pronto gimieron las nativas palmas al soplo que traía de las cumbres el polen de fecundos ideales.
Acogiéronle de buena gana, y en menos de media hora le ganaron doce reales y veinte y dos maravedís, que fue darle doce lanzadas y veinte y dos mil pesadumbres.
Y aunque al Mendieta á veces sucedian Disgustos, pesadumbres á manojos, Y á él por esta causa aborrecian Algunos, y le daban mil enojos, Muy poco aquestas cosas le empecian, Que mas amaba aquesta que á sus ojos. Y así buen rostro á todos males hace, Y en su gusto á su gusto satisface.
El Lerma le prendió, y puso prisiones, Y á aquellos que al presente le ayudaron; Que poco aprovecharon las razones, Que en su defensa al Lerma presentaron. De aqueste trance, bregas, y pasiones, Algunas pesadumbres se inventaron: Hernán Mésia y Sotelo aprisionados Aquí fueron, que dicen ser culpados. Movióles á venir su desventura A Villalta y Mosquera.
Palabra del Dia
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