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Así los que aborrecian á todos aquellos que observaban la lei de Moisés, i negaban á los que descendian de ellos la entrada en las dignidades eclesiásticas i en las órdenes militares, ya querian abrirles franca puerta, solamente por una ficcion que era agradable á sus ojos. ¡Tanto puede una noticia que traiga consigo apariencias de verdad, i que alcance la ventura de ser acreditada por personas ilustres en la sangre, insignes en los hechos i doctas en los escritos!

El doctor se indignaba ante aquella intrusión, que había acabado por cambiar á las mujeres de su país, matándolas el alma, convirtiéndolas en autómatas que aborrecían como pecados todas las manifestaciones de la vida, y llevaban al hogar las exigencias de una dominación acaparadora. mismo, Pepe, que te quejas de lo que ocurre en tu casa dijo el doctor, ¿qué has hecho para evitarlo?...

Y aunque al Mendieta á veces sucedian Disgustos, pesadumbres á manojos, Y á él por esta causa aborrecian Algunos, y le daban mil enojos, Muy poco aquestas cosas le empecian, Que mas amaba aquesta que á sus ojos. Y así buen rostro á todos males hace, Y en su gusto á su gusto satisface.

Sus compañeros y subordinados, progresistas todos, que le aborrecían por ser carlista, le hicieron tan escaso favor en las declaraciones, y empeoraron tanto su situación, que a poco le mandan los jueces a presidio: en cambio, don José puso la verdad en alto con su declaración, buscó en el mismo centro donde trabajaba pruebas a favor del desgraciado, y sin otra influencia que la propia hombría de bien, le salvó de la infamia, y quizá de la muerte; así que, cuando don Tadeo Amezcua salió de la cárcel y el fiscal de la causa le dijo confidencialmente que don José había sido su ángel bueno, no halló en su corazón límites el agradecimiento.

Todos los chiquillos de su escuela, que le aborrecían de corazón, se agolpaban en calles, plazas y balcones, a ver pasar al señor maestro, con su cruz de cartón al hombro y su corona de espinas al natural, que le pinchaban efectivamente, como se conocía por el movimiento de las cejas y la expresión dolorosa de las arrugas de la frente.

1 Y en el mes duodécimo, que es el mes de Adar, a los trece del mismo, donde llegó el mandamiento del rey y su ley, para que se pusiera por obra, el mismo día en que esperaban los enemigos de los judíos enseñorearse de ellos, fue lo contrario; porque los judíos se enseñorearon de los que los aborrecían.

Como a unos tres cuartos de legua, en la dirección de Villatoro, habitaba, durante el verano, Urraca Blázquez de San Vicente, con sus dos hijos varones. El marido, Felipe de San Vicente, Comisario del Santo Oficio e individuo del Consejo de las Ordenes, pasaba la mayor parte del año en Madrid. Los dos mancebos eran el azote de aquel rincón de la sierra. Andaban siempre juntos y se aborrecían.

De esta suerte i tan recatadamente escribieron los judíos ocultos en España á los que estaban en los reinos estraños, dándoles cuenta de las persecuciones i demás castigos que esperimentaban de parte del tribunal del Santo Oficio, á quien aborrecian de muerte, así por sus tiranías presentes, como por haber sido quien mas trabajó para que los hebreos saliesen espulsos de España, no obstante la opinion de aquellos que imaginan que los Reyes Católicos no fueron guiados por la codicia al dictar semejante providencia sino por el santo celo de conseguir en España la unidad religiosa.

Cuidábase poco de su madre y de su hermana, sin preocuparse de merecer su beneplácito. Desde la primera mirada, vió cómo ellas aborrecían a la niña de Luzmela, y, sin protestar de esta monstruosidad, él se puso a quererla, porque le pareció digna de cariño.

Con esto mandó que nos previniésemos para entrar en la provincia, aunque veia el poco provecho que se nos seguia, porque no era hombre para tanta empresa, y le aborrecian todos los capitanes y soldados, tanto como él era perezoso, y poco piadoso con los soldados . Caminamos 18 dias, y no vimos ni á los Cários ni á otros indios, y faltándonos la comida, fué preciso volver al puerto de los Reyes, dando antes órden á Francisco de Rivera, que con otros diez soldados, pasase adelante, y que, no hallando gente á los diez dias de camino, se volviesen á las naves donde los esperábamos.