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Al subir la escalera de aquella casa, iba a parecerle que subía los peldaños del cadalso... ¿Qué hacer, Pablo, si no? ¿qué hacer? Pero don Pablo no cedía, ceñudo e iracundo. ¡Iba a matarse, decía el niño que iba a matarse; después de asesinar a su padre, bien podía hacerlo, en desagravio! ¡y asesinado de qué manera! a traición, con alevosía.

Vamos, sobrina, ¡caramba! al fin y al cabo no estáis enferma de reumatismo. Y mi tío, me contaba la historia del monte y el incidente de Montgomery, mientras subíamos por aquellos peldaños hollados por tantas generaciones. ¿Pero qué se me daba a mi de Montgomery, de los bastiones, de la maravillosa abadía, de las inmensas salas, ni del mundo de recuerdos que duerme allí desde hace siglos?

Esta preeminencia, y alguna razón de arte, que se expondrá en sitio conveniente de este cuadro, me obligan á trazarle para que sepa el curioso lector qué fué de aquel castizo personaje desde que, en la apuntada solemne ocasión, se separó de él el último de los granujas que le habían rodeado, y solo y triste y refunfuñando, comenzó á subir lentamente los carcomidos é inseguros peldaños de la escalera de su casa.

Y como la muchacha tardara en contestar, el cepillo salió disparado de las alturas y, rebotando contra los peldaños de la escalera, vino a caer en medio del patio. ¡Voy, niño, voy! dijo la india sin asustarse, como acostumbrada a aquella singular forma de llamamiento. A ver si te mueves, ¡china salvaje! chilló de nuevo la voz atiplada.

Trece meses dura la construccion de la soberbia torre, toda de piedra franca y mortero, y de tan singular artificio por dentro, que conteniendo dos ramales de escaleras en una sola caja, pueden las gentes subir por uno y otro sin verse hasta llegar arriba. Ciento siete peldaños tiene cada ramal.

Sin embargo, eres su hermano; intercede por junto a él, ruégale que me diga qué hay dentro. ¡Si vieras cuan intrigada estoy! ¿Te figuras que me lo dirá? Entonces tendremos que consolarnos juntos... Ven. Y, de un salto, transpone los tres peldaños que conducen al umbral de la puerta.

El cocinero mayor atravesó el arco de las caballerizas, la plaza de Armas, el vestíbulo y el patio del alcázar, se metió por un ángulo, por una pequeña puerta, empezó á trepar por unas escaleras de caracol, y á los cien peldaños desembocó en una galería, apenas alumbrada por algunos faroles; apenas entró, llegó á sus oídos la voz de dos mujeres que cantaban de una manera acompasada y lenta, como quien se fastidia, un villancico.

Sor Marcela intentó bajar valerosa, pero a los tres peldaños cogió miedo y viró para arriba. Su cara filipina se había puesto de color de mostaza inglesa. «¡Verás si bajo, infame diabloera su muletilla; pero ello es que no bajaba. Por una reja de la sacristía que da al patio, asomó la cara del sacristán, y poco después la de D. León Pintado.

Me pregunté alarmado qué nueva maldad meditaba aquel bribón. Le reírse con sorna, como solía, y le vi volver de cara al muro, dar un paso hacia , y luego, con gran sorpresa por mi parte, empezó a bajar por al muro mismo. Comprendí que en éste había peldaños, ya cortados en la piedra, ya clavados de trecho en trecho entre los sillares.

Y éste fue tras ella peldaños arriba, como si le atrajese su pálida sonrisa. «Aún no hace veinticuatro horas que nos conocemos pensaba Fernando . ¡Los milagros del encierro común! En tierra, hubiese necesitado meses para llegar a esta intimidadSe habían aislado los dos en medio del rebullicio que agitaba al pasaje con motivo de las próximas fiestas del paso del Ecuador.