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Actualizado: 21 de julio de 2025
Más seriedad y más contracción al estudio; la vida que llevaba, no era conveniente para un mocoso que no tenía pelo de barba; aquellas trasnochadas frecuentes, sobre todo, debían concluir, por su salud y por su nombre.
Pues son mis hermanos y mi hermana Lucrecia, y yo; yo sin pelo de barba todavía, pero con mis dos ojos cabales... con los que tú me alcanzaste aún, Catana, en época bien memorable para mí... Pero no hablemos de esto, canástoles, que es muy amargo y muy duro de digerir... Corriente.
La que tiene buen pelo lo peina con esmero y gracia, que para eso se lo dio Dios; la que presume de talle airoso se pone chaqueta ajustada; la que sabe que es blanca se adorna con una toquilla celeste. Por derecho propio, Amparo pertenecía a aquel taller privilegiado.
Era un hombre enorme, membrudo, con los pómulos salientes, la mandíbula cuadrada y fiera, el pelo recio e hirsuto invadiéndole la frente, y unos ojos profundos que, en ciertos momentos, brillaban con el resplandor verdoso de los felinos.
Nos vendrá al pelo porque ¡hace tanto tiempo que no comemos carne fresca!
Después de todo, las narices largas y el pelo rojo no eran patrimonio exclusivo de los Elsberg, y la vieja historia que he reseñado, a duras penas podía considerarse como razón suficiente para impedirme visitar un importante reino que había desempeñado papel nada menospreciable en la historia de Europa y que podía volver a hacerlo bajo la dirección de un monarca joven y animoso, como se decía que lo era el nuevo Rey.
Por delante, recogido el pelo, dejaba ver la tersa frente, recta y chiquita, y sobre las sienes tenía grandes rizos sostenidos con horquillas que llaman por allí caracoles, por debajo de los cuales había una suave patillita, que no fijaba contra la cara con zaragatona o pepitas de membrillo, como hacen otras muchachas, sino que dejaba flotar libremente en vagas sortijas o más bien alcayatas donde colgar corazones.
Aquella imagen o representación comía y bebía, o mejor dicho, cenaba: era nada menos que la Cena. Cristo y los doce apóstoles de bulto estaban sentados a la mesa; Cristo echaba la bendición, San Juan se dormía sobre el hombro de su Divino Maestro, y el feísimo y traicionero Judas, con enmarañado pelo rojo, metía la mano en el plato del centro, porque es sabido que no tenía pizca de educación.
Todo lo que ahora priva lo encuentra usted allí. En esos librotes que ve usted allí, tan desdeñados por los eruditos a la violeta, es donde beben los sabios de hoy cuanto hay de bueno en sus flamantes teorías, que es poco. ¡Y luego nos presentan sus novedades, muy orondos y pagados de sí! Aquí viene muy a pelo lo que dijo un músico célebre de un innovador.
Tenía el pelo rojo, el rostro lleno de pecas, y sus pupilas grises eran tan claras que parecían borrarse a cierta distancia, haciendo el extraño efecto de los muertos ojos de una estatua.
Palabra del Dia
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