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Actualizado: 21 de julio de 2025


Se enternecían con un sentimentalismo de romanza al estrecharse las manos y cambiar un beso en un banco de jardín á la hora del crepúsculo. El guardaba un mechón de pelo de Margarita, aunque dudando de su autenticidad, con la vaga sospecha de que bien podía ser de los añadidos impuestos por la moda.

Era un hombre de cuarenta años, enjuto de cuerpo, con el pelo y el bigote algo canosos, pero conservando un aspecto juvenil. Tenía al andar cierto aire marcial, como si aún vistiese uniforme, y se preocupaba de la elegancia de su indumento, á pesar de que vivía en el desierto.

Más de una vez sintió las cosquillas de aquella rabietina infantil que le entraba de sopetón, y daba patadillas en el suelo y tenía que refrenarse mucho para no irse hacia él y tirarle del pelo diciéndole: pillo... farsante, con todo lo demás que en su gresca matrimonial se acostumbra.

Puede usted decírselo a su candidato. ¡Vamos! Elena exclamó mi padre, eres demasiado razonable para que te fijes, tratándose de tal cuestión, en el pelo de la bestia. Nos echamos a reír y esto hizo menos violenta la situación. La cosa es seria, querida, y ya que Máximo sostiene tan mal la causa de su amigo, voy a encargarme yo de hacerlo.

De la acción de Chacón traía un fogonazo en la sien que le había arreado todo el pelo y embutido la pólvora en la cara.

No quiero llegar a otras menudencias, conviene a saber, de la falta de camisas y no sobra de zapatos, la raridad y poco pelo del vestido, ni aquel ahitarse con tanto gusto, cuando la buena suerte les depara algún banquete.

Ahora dame un beso en cada mejilla... Aun sigue el calor, ¿no es cierto?... Ahora quiero que beses las trenzas de mi pelo... Aguarda..., déjame sacarlas que estoy acostada sobre ellas... A ti no te gusta el cabello negro..., ya lo ..., pero eres muy amable y lo besarás para darme gusto... Ricardo iba besando tiernamente los sitios que le señalaba.

Hoy hacen la... no me acuerdo cómo se llama; es una ópera nueva, muy buena, lo leí en el cartel al volver de misa, en la esquina del Ayuntamiento. Corre, vete por eso; oye, tráeme aquel alfiler del pelo, el de cabeza de dublé, que te costó dos reales. Ninguno de esos tipos está en casa.... Vamos a correrla todos.... Conque... ¡andando!

Doña Clara, entre tanto, había tomado de sobre la mesa un objeto envuelto por un papel y le desenvolvió lentamente. El joven vió un magnífico rizo de pelo negro, sujeto por un no menos magnífico lazo de brillantes. He aquí lo que me casa con vos dijo doña Clara con la voz firme y lenta, aunque grave.

Era una señora de aspecto triste, con el pelo canoso y el rostro todavía fresco. A sus lados estaban sentadas dos niñas. Un muchacho de catorce años, su hijo mayor, de pie ante ella, escuchaba sus palabras... Y la madre acababa por mostrarles sobre el canapé de su modesto salón un retrato que representaba á Canterac joven, con uniforme militar.

Palabra del Dia

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