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Actualizado: 30 de junio de 2025
Estas poco optimistas cavilaciones las supuse inducidas por el pastel que todavía tenía en el estómago, de manera que me levanté y dije a Ingomar que me mostrara la habitación, pues quería acostarme. Siguiendo al terrible bárbaro, que blandía una vela de sebo encendida, subí por la escalera arriba, hacia mi cuarto.
A pesar de este regaño, al salir iban a casa de Pla con ánimo de no comprar más que dos libras de pasas de Corinto para hacer un pastel inglés, y la señora se iba enredando, enredando, hasta dejarse en la tienda obra de ochocientos o novecientos reales.
Pero Fidel sabía zafarse de estas vejaciones y cuando advertía que su camarada mostraba tendencias a ponerse pelma se largaba pian piano moviendo el rabo hacía la cocina dejándole en la más espantosa soledad. En cambio se aproximaba demasiado cuando Paquito tenía entre manos y boca algún pedacito de pastel o una galleta.
Y pensándolo mejor, sin duda, recordó al cabo Fernandito que el ministro de la Gobernación, el buey Apis, como por razón de su corpulencia le llamaban, tan sólo le había dicho que el pastel de ratas debía de ser muy indigesto. ¡Vaya usted a ver qué tontería!
Urge, Ramiro, desatar ese ñudo de una sola cuchillada, como nos cuentan los antiguos del rey Alejandro. Por la disposición y los tapujos de esa casa, tengo para mí que ha de ser sitio de clandestinas reuniones, y pienso agora que si llegárades a introduciros en ella, a eso de las diez de la noche, cuando nadie os espera, les sorprenderíais, de fijo, con las manos en el pastel.
¿Me habéis hablado, querida? dijo el digno doctor dirigiéndose rápidamente al lado de su mujer. Sin embargo, como si previera que ella estaría demasiado jadeante para repetir la observación que acababa de hacer, prosiguió inmediatamente: ¡Ah! señorita Priscila, vuestra presencia reaviva el gusto de este superfino pastel de cerdo. Hago votos porque la hornada esté lejos de agotarse.
Silas se sentó entonces y contempló a Eppie con una mirada satisfecha mientras que ella ponía el mantel limpio y colocaba sobre la mesa el pastel de patatas, recalentado lentamente en una terralla bien seca, encima del fuego que se apagaba insensiblemente y según el método prudente empleado el domingo.
Allí se estuvieron en los hielos duros de Siberia, hasta que un día iba un pescador por la orilla del río Lena, donde de un lado es de arena la orilla, y de otro es de capas de hielo, echadas una encima de otra como las hojas de un pastel, y tan perfectas que parecen cosa de hombre esas leguas de capas.
Pronto la conversación se hizo general, la fuente de pasteles se puso al alcance de las manos y la familiaridad comenzó a desarrugar los ceños adustos y a alejar las desconfianzas. Más mozos y más mozas continuaron llegando, y de recepción en recepción y de pastel en pastel, fuimos alcanzando a la noche, que era la aspiración de todos.
Sentía aún los efectos de un pastel misterioso, contrarrestados un tanto por un poco de ácido carbónico dulcificado que con el nombre de «limonada carbónica», me había servido el propietario del mesón de Medio Camino.
Palabra del Dia
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