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Actualizado: 5 de junio de 2025
Los habitantes de Munich pasean sus alegrías del domingo sobre ese hermoso lago y dentro de los abiertos parques de las residencias que lo circundan. La guerra no había alterado esta costumbre: El día que yo pasé en él, al borde del agua, estaban atestados de gente los merenderos, gruesas señoras sentadas en corro ahuecaban sus faldas sobre las praderas.
Así se manifiesta el carácter de la persona. ¡Qué diferencia de los militares de hoy, que antes de declararse a una muchacha la pasean un año la calle y luego tardan otro en decir: «Niña, ¿cuándo nos vamos a la vicaría?»
¿Quiere vuestra señoría que avise al ujier de cámara de su majestad? dijo Ruy Soto. Esperad un momento; decíais que estábais acechando... Sí; sí, señor, á dos hombres sospechosos que no han cesado de pasearse desde el obscurecer y en silencio, por la galería de la derecha. ¿Y qué trazas tienen esos hombres? Malas, señor; pero aunque las tuvieran muy buenas, la tenacidad con que se pasean...
Al anochecer, ellas y sus amigas pasean por esta bella plaza solitaria, de dos en dos, de tres en tres, cogidas de la cintura, con la cabeza inclinada a un lado, mientras cuchichean, mientras ríen, mientras cantan alguna vieja tonada melancólica. En el fondo, la iglesia se perfila en el azul negruzco; el aire es dulce; las estrellas fulguran.
Una vez separados, sus miembros libres producen otros pequeñuelos asimismo libres, que á su turno engendrarán repúblicas danzantes, las cuales renovarán en el mar aquella bacanal de fuego. Grandes masas más pacíficas pasean sobre las ondas innumerables luces.
Su gloria es reciente y está en la ría, en el puerto, en las ruinas y las fábricas, en los buques que pasean por todos los mares la bandera de su matrícula, en el esfuerzo colosal de dos generaciones que han trastornado la naturaleza para explotarla.
En la venta del burdo género están las patatas y el pan para todo el año; y soñando con la inmensa felicidad de volver a casa con una docena de duros, zapatos para las hijas y un refajo para la mujer, pasean tristes y resignados por entre el gentío, lanzando a cada minuto su grito melancólico como una queja: «¡Medias y calcetines...! ¡el mediero!» Doña Manuela iba mal por el arroyo.
-Así es -dijo el licenciado-, porque no pueden hablar tan bien los que se crían en las Tenerías y en Zocodover como los que se pasean casi todo el día por el claustro de la Iglesia Mayor, y todos son toledanos.
¿Qué era aquello? ¿Qué sombras comenzaban a turbarle? ¿Qué temores iban girando en derredor de su imaginación como fieras que se pasean en torno de su presa? ¿Era que empezaba a aspirar el hedor de los pantanosos lodazales de la tierra, o acaso que, sintiendo el yugo opresor de la materia, tenía ya su espíritu la nostalgia de la inmortalidad?
Siempre traía el papá de Nené algún libro nuevo, y se lo dejaba ver cuando tenía figuras; y a ella le gustaban mucho unos libros que él traía, donde estaban pintadas las estrellas, que tiene cada una su nombre y su color: y allí decía el nombre de la estrella colorada, y el de la amarilla, y el de la azul, y que la luz tiene siete colores, y que las estrellas pasean por el cielo, lo mismo que las niñas por un jardín.
Palabra del Dia
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