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Actualizado: 22 de noviembre de 2025
La acequia que le daba movimiento caía partida en tres, de ocho a diez pies de altura, por unas canales de madera toscamente labradas, negras por la humedad y apuntando a las aspas, que al girar levantaban remolinos de espuma y tapaban casi por entero las aberturas en medio punto por donde el agua penetraba. Dentro todo era tosco también como fuera.
En la plaza, frente al cafetín donde Mistral pasa las veladas jugando su partida con su amigo Zidore, habían encendido una hermosa hoguera... Organizábase la farándula.
Aquella brusca partida dejó inmóvil por un instante a la señora de Maurescamp; dio algunos pasos inciertos por el salón, y en seguida dejose caer en un confidente, entregada a la más profunda meditación, sosteniendo con la mano su cabeza y enjugando a intervalos las lágrimas que caían lentamente de sus ojos. ¿Por qué lloraba?
Facundo despliega su batalla a distancia tal, que lo pone al abrigo de la infantería que manda Barcala, y que debilita el efecto de ocho piezas de artillería que dirige el inteligente Arengreen. ¿Había previsto Facundo lo que sus enemigos iban a hacer? Una guerrilla ha precedido, en la que la partida de Quiroga arrolla la división Tucumana.
Mientras se alejaban las dos jóvenes, Diana, contrariada por haber perdido aquel paseo, dijo a su prima: ¿Por qué has rehusado la partida en bicicleta? Tía se habría pasado muy bien sin nosotras esta tarde. No, Diana; es mejor que nos quedemos con mamá. Y además, no me gusta mucho correr así por los caminos, solas con jóvenes. ¡Qué rígida eres! ¡Pero si ahora es perfectamente admitido!
Después de recapacitar un poco entre sábanas acerca del mejor partido que podía tomar para redimir a la chica de tanto cuidado y dolor, no vio más adecuada salida que partirse cuanto antes de Riofrío: lo mismo que venía pensando hacía ya bastante tiempo sin ponerlo por obra. Su partida restablecería la calma en aquella familia.
Los escasos trabajos de otros poetas dramáticos de este tiempo, que han llegado hasta nosotros, no tienen la suficiente importancia para tratar de ellos aparte . El auto ya citado de Timoneda, sencillo y poco notable bajo ningún concepto, puede, sin embargo, servirnos de punto de partida para hablar del drama religioso de este período.
¡Cuánto viejo fatuo, teñido de pies a cabeza, prendido como un paje, que apesta a menta desde lejos y que instala sus pretensiones intolerables ante cualquier mujer bonita, para que el mundo le cuaje el sabroso renombre de afortunado! ¡Cuánto muchacho alegre y filósofo, pollos de la aldea, que conocen la aldea y que toman la partida con el buen humor de los descreídos!
Sí, el mismo Monserrat, en Ormaiztegui. ¡Pobre gente! A otro, llamado Anchusa, de la partida del Cura, debía usted también conocer... Sí, lo conocía. A ese lo mandó fusilar Lizárraga. Y al Jabonero, el lugarteniente del Cura... ¿También lo fusilaron? También.
La caballería salió en persecución de los foragidos, regresando al lugar de partida los cien hombres de la artillería.
Palabra del Dia
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