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Actualizado: 4 de junio de 2025


Su mujer estaba en el cementerio; y al hablar de ella humedecíanse sus ojos, por el recuerdo, sin duda, de las palizas que la había dado. Ahora tenía con él a la Borracha, la trapera más sucia y mal trabajadora que existía desde Bellasvistas a Fuencarral. Un dragón con faldas, señores; él no se avergonzaba de confesar su cobardía.

Hubo en Moquegua un ricacho nombrado don Cristóbal Cugate, a quien su mujer, que era de la piel del diablo, hizo pasar la pena negra. Estando el infeliz en las postrimerías, pensó que era imposible comiese pan en el mundo hombre de genio tan manso como el suyo, y que otro cualquiera, con la décima parte de lo que él había soportado, le habría aplicado diez palizas a su conjunta.

El P. Jacinto había sido un jayán y había sacudido el polvo á algunos desalmados y pecadores contumaces, sobre todo cuando eran maridos, que se emborrachaban, gastaban el dinero en vino y juego y daban palizas á sus mujeres. Contra esta clase de hombres había sido duro de veras el P. Jacinto.

Su imaginación, ofuscada por el miedo, había concebido antes de llegar allí las mayores brutalidades; palizas horrorosas, el cuerpo magullado, la cabellera arrancada, pero... ¡rezar y taparse la cara! ¡Morir! ¡Y tal enormidad dicha tan fríamente!... Con palabra atropellada, temblando y suplicante, intentó enternecer a Teulaí. Todo eran mentiras de la gente.

A pesar de que tenía un rosario en la muñeca y adoptaba al hablar una expresión de víctima, su hijo creyó ver á una cantante de ópera. La expulsión del príncipe no le había causado extrañeza ni pena. Esos Romanoff nos han tenido siempre mala voluntad. No pueden olvidar á tu ilustre abuelo, que, según cuentan, le daba palizas á Catalina al pillarla con otros.

Ya es usted diputado. Y así fué. Verificadas las elecciones, y mientras se verificaban, se habló mucho de palizas, de urnas suplantadas, de electores presos, de muertos que votaban, y aun de algunos vivos que por votar murieron; de casas que ardían, y de otros recursos tan usuales y lícitos como éstos, empleados en beneficio de la candidatura de don Simón; pero lo cierto es que a éste se le proclamó diputado electo por el distrito, y se le entregó un acta que así lo declaraba, limpia como el oro.

Pensaba ir solo, pero la compañía de doña Sol le obligó a buscar un refuerzo, temiendo un mal encuentro en el camino. Buscó a Potaje, el picador. Era muy bruto y no temía en el mundo mas que a la gitana de su mujer, que cuando se cansaba de recibir palizas intentaba morderle. A éste no había que darle explicaciones, sino vino en abundancia.

El fundador del militarismo, Federico Guillermo, cuando se cansaba de dar palizas á su esposa y escupir en los platos de sus hijos, salía á la calle garrote en mano para golpear á los súbditos que no huían á tiempo. Su hijo Federico el Grande declaró que moría aburrido de gobernar un pueblo de esclavos.

El pobre Manuel, avezado a llevar palizas de cabos y sargentos cuando estaba en el servicio y penetrado desde niño del profundo respeto que se debe a los sacerdotes, no se movió y aguardó, escondiendo la cara, la granizada de mojicones y puñadas que el cura le descargó. Hasta que se cansó estuvo aporreando al infeliz criado, dejándole con varios chichones en la cara y las narices ensangrentadas.

Las acusaciones suyas son dicterios y palizas contra todo lo que trae entre manos, hasta la ley, que no le da cuanto necesita para despacharse a su gusto. Para él no hay atenuantes ni eximentes. Siempre pide el máximum de la pena para toda clase de delitos. Cuando habla de Villavieja, la acusa del mismo modo, porque está deseando que le echen de la carrera y de aquí.

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