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Dame ese papel, dijo la señorita Guichard; en él encontraremos acaso alguna indicación acerca del nombre y la condición social de este joven.... Herminia entregó dócilmente la carta y no bien su tía hubo echado sobre ella una mirada, palideció, y con una emoción inexplicable exclamó: ¡Es su letra!

Hizo llamar a Medrano y refiriole su extraña situación, el menosprecio de Beatriz, la frialdad de don Alonso y lo que acababa de decirle su paje. El escudero palideció de pronto y, mesándose la barba, repuso: Amor de niña, agua en cestilla luego alzando la frente: ¿No será alguna treta de Franco, el campanero?

Sorege tenía la convicción de que Lea estaba en su casa y no quería abrir y veía claramente que entraba en lucha con él y estaba ganada por sus adversarios. Palideció de cólera, pero resistió las ganas que tenía de echar la puerta abajo de un puntapié y entrar por fuerza. El gentleman de los guiñapos y del sombrero de copa, que había dejado de lavar, le hizo ser razonable.

A los postres llegó una nueva carta, y el general exclamó, dando en la mesa un puñetazo que lo echó a rodar todo: ¡Sólo esto faltaba!... Enrique está herido. Cecilia palideció, y observé que temblaban sus labios. , herido; le han dado una estocada... prosiguió el general. ¡Torpe! Tranquilícese usted dijo a su suegra, que saboreaba impasible una taza de café.

Está dirigido á vos, señor barón y escrito, según aquí reza, "de mano de Cristóbal, siervo de Dios y Prior del monasterio de Salisbury." Lee pronto, Roger. El joven escudero recorrió con la vista las primeras líneas, palideció y lanzó una exclamación de sorpresa y dolor. ¿Qué es ello? preguntó el barón. ¿Vas á darme malas noticias de la señora baronesa ó de mi hija Constanza?

Pero no; yo juro que estaba decidido a sacar de allí a mi monjita, y ya discurría el modo de saltar por las tapias de la huerta y romper rejas y celosías para conseguir mi objeto. Doña María, al escuchar esto, palideció, y luego las centellas de la ira brillaron en sus ojos.

En aquel momento, Luisa mantenía en el aire una cuchara con salsa; lo abandonó todo y corrió a arrojarse en los brazos del anciano, gritando: Papá Juan Claudio, papá Juan Claudio, ¿es usted? ¿No está usted herido? ¿No tiene usted nada? Hullin, al oír aquellas palabras salidas del corazón, palideció y no pudo responder.

No juzguemos, pues, severamente a nadie, a fin de no serlo a nuestra vez; el destino es el que nos conduce y no nuestra voluntad. ¿De ese modo exclamó Amaury, me supone capaz de olvidar algún día a Magdalena? Antoñita palideció. Nada supongo, Amaury dijo el anciano meneando la cabeza; he vivido, he visto y .

Se dejó caer en una butaca mirando al rededor, como si no se cansara de contemplar lo que veía; pero de repente palideció. En la cabecera de la cama y en marcos de oro acababa de ver los retratos de su madre y de su hermana. Vestidas de negro, tristes y desmejoradas, parecían llorar al ausente.

Al llegar á sus manos el final de la cuerda, contempló tristemente su extremo cortado. Las lágrimas enturbiaron su visión. Luego, la hija de la estancia palideció de cólera mirando hacia las dunas, detrás de las cuales había desaparecido el norteamericano. ¡Que el demonio te lleve, gringo desagradecido!