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Actualizado: 22 de julio de 2025


Me los ofreció usted, y me pertenecen. Este tiempo de que usted será privado se agregará al mío. ¡Cómo! ¿Era éste el precio de tus servicios? »Otros los han pagado más caros. Ejemplo de ello es Fabert, a quien también concedí mi protección. »Calla, calla le dije. Eso es imposible... mientes... me estás engañando.

He perdido la cuenta de los que han venido a cobrar piquillos de las tiendas, cantidades que no se han pagado ya por tu desarreglo... Porque la verdad, yo no dónde echas el dinero... Responde, mujer... defiéndete siquiera, que si a todo das la callada por respuesta, me parecerá que aún te digo poco».

Yo me hice francés en aquel momento y no dejé de mano mi negocio. Por siete francos me ajusté, le dije; los he pagado, nada debo. En mi hotel hay costumbre de pagar aparte el servicio de la habitacion. Usted es muy dueño de establecer en su hotel todas las costumbres que le parezcan convenientes, pero no de establecer costumbres con la condicion de que yo las he de pagar, cuando las ignoro.

Estaba notoriamente arruinado, acribillado de deudas, y había pagado el día anterior sesenta mil francos á la caja del círculo, del que le iban á expulsar. Y, coincidencia extraña, las alhajas de Lea Peralli, conocidas por su gran valor, habían desaparecido. Se hicieron pesquisas y se adquirió la prueba de que habían sido empeñadas en el Monte de Piedad en cien mil francos.

A esta penosa agitación de Juanita se contraponía en su alma otra agitación dulcísima, otro sentir, en vez de aflictivo, delicioso y beatificante, que aumentaba y enardecía su amor al saberlo tan bien pagado, y que lisonjeaba su orgullo. A pesar del dolor y del sobresalto que la conducta criminal de Antoñuelo y sus consecuencias le causaban, Juanita se juzgó venturosa, y sin duda lo era.

M. L'Ambert lanzó una exclamación de disgusto y de sorpresa. ¡Decir que un vil mercenario, a quien había religiosamente pagado su servicio, podía ejercer una influencia oculta sobre la nariz de un funcionario público, era una impertinencia! Es mucho peor aun replicó el doctor, es un absurdo. Y, sin embargo, os pido autorización para buscar a Romagné.

¿No?... Pues juraría... Pero, en fin, lo mismo da. De todos modos, yo estaba muy alegre aquella tarde, y si hubiera tenido ganas de pagarlas y dinero, seguramente las hubiera pagado. No hay momentos más felices que estos en que el hombre todavía no ha perdido la timidez. No me da vergüenza confesarlo. Ayer me concedió por primera vez María-Manuela un beso.

Su silencio era muy ridículo, es claro. ¿Qué estaría pensando aquel señor? Lo menos, que él estaba loco. Bien, ¿y qué? Valiente cosa le importaba en aquel momento a Bonis que se riera de él el mundo entero. ¡Nepomuceno había pagado los seis mil reales! Esto, esto era lo terrible. ¿Volvería a casa? ¿Se escaparía?

No faltaba más sino que yo voluntariamente incurriese en el enojo de Vd., prestándole dinero, que no me pagaría, como no ha pagado, sino con injurias, el que debe a Pepita Jiménez. Por lo mismo que el hecho era cierto, la ofensa fue mayor.

Pues con decirte que estos seis retratos le costaron a mi padre cuarenta duros y el hospedaje del pintor, que todavía se consideraba rumbosamente pagado, te digo cuanto hay que decir sobre el mérito de su pincel. Y este señor del pelucón y casaca bordada, ¿quién es? preguntó Nieves.

Palabra del Dia

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