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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Los tres chicos del capataz de la fundición de hierro salieron batiendo marcha sobre una plancha de latón, y pronto se agregaron a ellos, para aumentar tan dulce orquesta, los dos del tendero, tañendo esas delicadas sonatas de Navidad, que consisten en descargar golpes a compás sobre una lata de petróleo. Eran estos enemigos del género humano pequeñuelos y sucios.
Era signo de distinción y de buen gusto dejarse robar por la eminencia; se congregaba para cruzar sonrisas y saludos lo mejorcito de Valencia, y las dos niñas pasaban el día siguiente hablando con entusiasmo del do de pecho del tenor y de los vestidos escotados de las del palco 7; de los diamantes de la tiple y de la facha ridícula del director de orquesta, un tío melenudo, con gafas de oro, que en los momentos difíciles braceaba como un loco, se levantaba del sillón y parecía querer pegarles a los músicos, a los artistas y hasta al público.
Hace rato que lo sabría usted si me hubiese dejado hablar... Es la mujer del director de orquesta de la compañía de opereta: un rubio de cara granujienta, que se pasa día y noche en el café tomando bocks con los de su tropa. Buen colador; hay veces que los redondeles de fieltro se amontonan en su mesa como una columna... Y cuando no toma cerveza, admite whisky o lo que caiga.
Algo impalpable y armónico que se reflejaba en las voces de los cantantes y en los ecos de la orquesta lo había visto él, Pedro López, descender del carro de Febo, que decora el techo, y dinfundirse por la atmósfera embriagadora de la espléndida sala...
Únicamente Antoñita por su gracia atractiva y por la animación de su carácter, podía alegar derechos a compartir con ella su trono. Para que nada faltara, los primeros acordes de la orquesta produjeron en Magdalena un efecto magnético, haciéndole recobrar el color y la sonrisa y reavivando a impulsos de su mágica influencia aquellas fuerzas que momentos antes parecían agotadas.
Penetrábase al invernáculo por dos arcadas de las cuales una estaba ocupada por la orquesta.
La concurrencia comenzaba entonces, y tuvimos ocasion de colocarnos enfrente del pequeño teatro que hay en el fondo, cerca de la orquesta, de que formaba parte un negro muy elegante y muy lustroso. Probablemente aquel negro ganará más que los otros músicos, puesto que es de más efecto dramático. Una jóven, que ha venido sola, se llega á la orquesta y cruza dos palabras con el director.
Resuenan silbidos, el señor que tiene firmeza de caracter vuelve la cabeza airado creyendo que le silban; se oye galopar de caballos, se nota movimiento; cualquiera diría que ha estallado una revolucion ó cuando menos un motin; no, la orquesta suspende el vals y toca la marcha real; es S. E. el Capitan General y Gobernador de las Islas el que llega: todas las miradas le buscan, le siguen, le pierden y aparece al fin en su palco y, despues de mirar á todas partes y hacer felices á algunos con un omnipotente saludo, se sienta como si fuera un hombre sobre el sillon que le espera.
El alcalde, después de haber reprendido y amenazado ásperamente a Percebe, le dejó volver otra vez a su sitio, con gran satisfacción de la cazuela, que lo recibió con hurras y aplausos. La orquesta, callada un instante, tornó a su infernal preludio.
El martes era la fiesta del Catedrático y fuimos á festejarle con una orquesta, un ramillete de flores y algunos regalos... ¡Ah, carambas! exclamó Juanito, que lo he olvidado ¡qué bruto soy! Oye, ¿y preguntó por mí? Penitente se encogió de hombros. No lo sé, pero le entregaron la lista de los festejantes. ¡Carambas!... oye, y el lunes ¿qué hubo?
Palabra del Dia
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