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Actualizado: 9 de junio de 2025


Bien habían bromeado con Nelet y el cochero del señor López. Comenzó la confusión de la despedida. Buscaban los abrigos abandonados sobre los muebles; olvidaban dónde habían dejado el sombrero; recogían los velillos rotos en el revuelto montón de prendas, y transcurrió más de media hora antes de que todos estuvieran listos.

Quedaban los más con hambre pero dábanse por contentos siempre que el paje encargado de la gaveta del vino pasase con frecuencia ante ellos taza en mano. Olvidaban los pasajeros todos los martirios y miserias de la navegación a la vista de las Indias.

Pero la alegría de Tiziano, de Corregio y Rafael debía de ser infinitamente más viva, porque estos grandes artistas no sólo se olvidaban de mismos como los otros, no sólo la reproducían con admirable verdad, sino que vivían en íntima relación con sus formas más puras y elevadas, aquellas en que ha podido expresarse con mayor libertad.

Y los dos inválidos de la vida se olvidaban de la propia dolencia para pensar en la del otro, estableciéndose entre sus almas una corriente de conmiseración amorosa, atrayéndose, no por el apasionamiento del sexo, sino por la simpatía fraternal que les inspiraba su desgracia. Muchas veces, Sagrario alejaba a su tío.

Todas las miserias de este bajo mundo, todas las injusticias y sufrimientos se olvidaban. Luisa recordaba su niñez, cuando iba sobre la espalda de su madre, la pobre vagabunda, y se decía: «¡Nunca he sido más dichosa, nunca he tenido menos cuidados, nunca he reído ni cantado tanto!

Cuando Génova, agotada, iba á entregarse, moría Alfonso el Magnánimo, y sus sucesores olvidaban las rivalidades con la República, para dedicarse á las guerras por el dominio de Nápoles. La marina catalana aún siguió dominando el Mediterráneo comercialmente. A sus antiguos buques agregó las galeras gruesas y las galeras sutiles, las tafureyas, panfiles, rampines y carabelas.

Ella era igual a aquellos hombres sencillos que olvidaban sus ocupaciones para buscar a Luna, con el ansia de oír de su boca cosas nuevas. Gabriel era el mundo moderno que durante muchos años había pasado lejos de la catedral, sin rozarla siquiera, y entraba por fin, asombrando y conmoviendo a un puñado de seres que aún vivían en el siglo XVI.

Por las noches, la casa de los lagares, que tenía algo de conventual por su silencio y su disciplina cuando estaba presente don Pablo Dupont, entraba en plena fiesta hasta una hora avanzada de la noche. Los jornaleros olvidaban su sueño para beber el vino señorial, pródigamente repartido.

No, no todo lo demás, se me olvidaban los cuatro poneys, cuatro joyas, negros como tinta, con manchas blancas los cuatro en las cuatro patas; no tendríamos valor para separarnos de ellos. ¡Los atamos a un canasto y quedan preciosos! Bettina y yo los manejamos muy bien a los cuatro. ¿Puede una señora manejar, sin gran escándalo, por la mañana temprano, en el Bosque? Aquí se hace.

El fuerte olor del vino derramado y de los platos sobrantes caídos en un rincón, mezclábase con el hedor de petróleo de los quinqués. Las muchachas, enrojecidas por la digestión, respiraban con dificultad y se aflojaban los cuerpos de sus vestidos, desabrochándose el pecho. Lejos de la vigilancia de los manijeros y trastornadas por el vino, olvidaban sus remilgos de vírgenes silvestres.

Palabra del Dia

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