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Actualizado: 29 de junio de 2025
Los diez hombres que le acompañaban, aprovechando a todo evento esta advertencia, se arrojaron al fondo de la chalupa. Silencio, siempre silencio. No se oía... no se veía nada... más que la luz que brillaba siempre en la cámara, y que de cuando en cuando aparecía obscurecida por una sombra que la ocultaba.
No se le ocultaba que corría grave riesgo de morir; mas, en el caso de que esto sucediese, la humanidad no perdería ninguno de los datos que había adquirido para su gran descubrimiento. Escribió previamente una larga memoria donde se apuntaban con toda claridad. Llegó el momento al fin.
Ya no se veían las ventanas; poco después no se veían los tejados; las pobres aves del corral estremecíanse en la lúgubre sombra de aquel paredón que las ocultaba parte del cielo, y sus cacareos sonaban tristes y apagados a través de aquel muro, monumento del odio, que parecía amasado con los huesos y la sangre de las víctimas.
También habían llamado a su camarote, equivocándose de puerta, para proponerle por el ojo de la cerradura algo monstruoso, que no acabó de entender en la torpeza de su sueño interrumpido. Munster ocultaba su cólera con una sonrisa de resignación.
El herrero había desaparecido; la vieja vestida de negro no estaba allí para recibirle colérica con el fulgor hostil de su único ojo. Se sentó al pie de un árbol como la otra vez, con la escopeta preparada, resguardándose detrás del tronco, por si esta soledad ocultaba una asechanza.
Cuando el buque estuvo frente a las islas y los pasajeros contemplaron las montañas, tras las cuales se ocultaba el sol ensangrentando el horizonte, los dos se hablaban ya con rápida confianza y sus manos sentían un estremecimiento simpático al encontrarse entre las hojas de las partituras. Veíanse solos en el salón, olvidados de la gente, que había afluido a los costados del buque.
El convento, con sus grandes, severos y angulosos lineamentos, estaba en armonía con el grave y monótono paisaje; su mole ocultaba el único punto del horizonte interceptado en aquel uniforme panorama. En aquel punto se hallaba el pueblo de Villamar, situado junto a un río tan caudaloso y turbulento en invierno, como pobre y estadizo en verano.
Unas volvían la cabeza, como para no ver al torero; otras le miraban con ojos de desconsoladora conmiseración. El espada achicábase, como si quisiera pasar inadvertido; se ocultaba detrás de la corpulencia del Nacional, ceñudo y silencioso. Un grupo de muchachos rompió a silbar siguiendo el carruaje.
Ya que estamos aquí, vámonos al centro de Jerez, a la calle Larga. Emprendieron una marcha en desorden por el interior de la ciudad. Lo que les tranquilizaba, infundiéndoles cierto valor, era no encontrar obstáculos ni enemigos. ¿Dónde estaba la guardia civil? ¿Por qué se ocultaba la tropa?
La veía reinar como ama en la granja, veía en su derredor a la pequeña tropa de servidores a quienes animaba la mejor voluntad, y habría querido mostrarme más bondadosa, más caritativa aun que ella lo era, ella que ocultaba una alma de ángel bajo una apariencia humana.
Palabra del Dia
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