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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Horacio no se equivocó, en efecto: Jacobo comenzó inter pocula sus confidencias, hablando lentamente, muy bajo, a retazos, como un hombre agobiado de pena que destila gota a gota por los labios la amargura que inunda su alma... Abrumábale el peso de un remordimiento, de una espantosa catástrofe de que había sido él causa involuntaria, obligándole a huir de Constantinopla con el corazón hecho pedazos y la conciencia salpicada de sangre...

La sangre brotó abundante y cubrió su rostro, obligándole á retroceder para ponerse fuera del alcance de su enemigo, quien se detuvo por un momento respirando agitadamente, mientras los testigos de aquella lucha rompían el silencio que hasta entonces guardaran. ¡Bien por ambos! exclamó Germán. Sois tan valientes como diestros y aquí debe terminar esta contienda.

Instantáneamente, el misterioso volador apagó los rayos de sus ojos, alejándose con un chillido de velocidad forzada que le hizo perderse á lo lejos en unos cuantos segundos. Esta visita quitó el sueño á Edwin, obligándole á sentarse sobre la pequeña pradera que le servía de cama.

Poldy ignoraba quizás que había habido un santo arzobispo de dicho nombre, famosísimo sabio, que recogió y ordenó en sus libros todo el saber de su tiempo, y se atenía a lo que había oído decir a una vieja princesa, tía suya, terrible antisemita, la cual princesa se empeñaba en afirmar que el nombre de Isidoro era muy común entre judíos, por donde le repugnaba de tal suerte, que tuvo tentaciones de despedir a un excelente criado suyo porque se llamaba Isidoro, y sólo se resignó a conservarle en su servicio obligándole a llamarse Filidoro en adelante.

En él, como en Daudet, la producción es violentísima; produce de un tirón, rápidamente y como delirando. A veces se le oye exclamar: «¡Ah, tunanta!»... O bien: «¡Ah, miserable, ya eres mío!...» La cólera de sus personajes le quema, irritándole hasta el paroxismo, obligándole á salpicar el primer original de sus obras de interjecciones y frases soeces.

Federico, ¿deseas algo?... Su amigo Federico le contestaba con voz débil y humilde, procurando á continuación mantenerse silencioso. Despertó Robledo por tercera vez, pero ahora la luz del día marcaba con líneas de claridad las rendijas de su ventana. Un ruido había cortado su sueño, obligándole á echarse de la cama con sobresalto.

No eran éstas, sin embargo, las reuniones que agradaban a doña Luz y a su amiga, sino las poco numerosas, familiares y frecuentes, donde ellas mismas incitaban a D. Anselmo para que provocase y contradijese al Padre, obligándole así a hablar sobre puntos de religión o de filosofía.

Llegaron á tiempo para atacar á von Kluck en las orillas del Oureq, obligándole á retroceder, so pena de verse envuelto.

Se llegó a decir que había llevado al templo, debajo de la capa, una botella de anís del mono.... «¡Del mono!... ¡él... don Pompeyo!...». No volvió al Casino. «Aquellos infames que le habían embriagado o poco menos, obligándole después a penetrar en el templo, eran muy capaces de haber inventado en seguida la calumnia con que querían perderle. ¿Qué autoridad iba a tener en adelante aquel ateísmo que se emborrachaba para celebrar las fiestas del cristianismo, y que asistía a los santos oficios a blasfemar y hacer eses por las respetables naves de la basílica?».

Un día sintió temblar sus piernas y que los ojos se le nublaban de emoción al oír cómo contestaba el perrero, a una de sus reprimendas por haber vuelto tarde a la catedral, obligándole a abrir la puerta cuando ya iba a acostarse. El Tato le hizo saber con expresión insolente que se había comprado una navaja y deseaba estrenarla en las tripas de cualquier cura explotador de los pobres.

Palabra del Dia

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