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Volvió á ser el hijo de la huerta, altivo, enérgico é intratable cuando cree que le asiste la razón. ¿No quería oirle el amo? ¿Se negaba á darle una esperanza?... Pues bien; él en su casa esperaba; si el otro quería algo, que fuese á buscarle. ¡A ver quién era el guapo que le hacía salir de su barraca!

¡Que rabie ese rancio! decía doña Manuela, indignada al saber la furia con que su hermano había acogido tales reformas . ¿Cree que toda la vida la hemos de pasar como unos miserables, con pan y cebolla y un vestido viejo? Don Juan también hablaba, y había que oírle.

En el Círculo Caballista rehuía las tertulias de la gente joven, que sólo le recordaban sus pasadas locuras para aplaudirlas, proponiéndole otras mayores. Buscaba la conversación de los «padres graves», de los grandes cosecheros y ricos agricultores, que comenzaban a oírle con cierta atención, reconociendo que aquel perdis tenía una buena cabecita.

Sus compañeros de juego eran también excelencias, directores de departamento, y experimentaron al oírle un poco de envidia; cada uno de ellos tenía también a sus órdenes un ejército de empleados; pero eran todos hombres grises, opacos, sin ninguna originalidad, vulgares. Y yo, pásmense ustedes dijo una de las excelencias , tengo un empleado con un lado de la barba negro y el otro rojo.

Tan claro pronunció este nombre, que ella no pudo menos de oírle; pero no se le inmutó el semblante.

El cual era en extremo pesado, y tenía un mirar tan parecido á la estupefacción inalterable de las estatuas, que al verle y oirle venían á la memoría los solemnes discursos de las esfinges ó los augurios de cualquier oráculo ó pitonisa.

Déjenos en paz y vaya a hacer la pata a sus argentinas». Y aunque esto de que le llamen a uno adulador es un poco fuerte, al consejo me atengo, ya que a la Argentina voy. Intentó tirar del brazo a Ojeda para atraerlo hacia el grupo. Venga usted conmigo. Las señoras tendrán mucho gusto en oírle.

En realidad no le oía ni tenía necesidad de oirle. Sabía de antemano lo que le diría Jacobo y sólo pensaba en ganar tiempo para reflexionar. Sabe, pensaba, que Lea vive y que ha sustituído á Juana Baud. ¿Pero sabe que la muerta fué Juana? He aquí lo esencial. Si ese punto es todavía oscuro para él, nada hay perdido todavía. Lea está viva pero el vivir no es un crimen.

Después giró la vista en torno con cierta alarma, y continuó en voz baja como si las cepas pudiesen oírle: ya me conoces: te trato con confianza porque eres incapaz de andar con soplos y porque has visto mundo y te has desasnado en el extranjero. ¿A qué me vienes con preguntas? Ya sabes que callo y dejo rodar las cosas. No tengo derecho a más.

El capataz sonreía viendo que el amo y sus acompañantes de sotana o capucha mostraban gran placer en oírle; pero su sonrisa de campesino socarrón, no llegaba a saberse si era de burla o de agrado por la confianza del señor.