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Es decir, continuó, no pude imaginarme que darías importancia a la cosa. comprendes que Adriana... , ya , otro día hablaremos, le interrumpió Muñoz, herido no tanto por el tema que abordaba Castilla, sino por oírle pronunciar el nombre de Adriana. Experimentó una impresión casi tan desagradable como en casa de Charito cuando le vio cortejarla y tan atrevidamente acariciarle la mano.

El marqués no estimaba tanto al espabilado Simón por su destreza en el desempeño del cargo que ejercía, como por el talento singular que mostraba para oírle y atenderle, para pescarle los detalles más finos de sus peroraciones a destajo, y hasta para moverle a extenderlas y elevarlas.

Ahora, las buenas señoras continuó Isidro , quieren que una noche el abate un concierto de piano, sólo para ellas... Ya han desistido de oírle una conferencia que estaba en proyecto. «El Cyrano de Rostand y el idealismo cristiano...» ¿Qué le parece el tema? ¿Se ríe usted?... Por algo lo alaban las buenas matronas, diciendo que es un cura moderno de lo más moderno.

Quiere decir que yo me encuentro en la calle le dije al oírle terminar su relación. ¡Oh, no! ¿cree usted que don Eleazar es hombre de despedirlo por cosas de tan poca monta?... No.

Una mañana que me encontró sola barriendo, me pidió conversación. Yo le di... con la escoba en la cabeza; pero otra me quedaba dentro, porque ¿sabe uté? Felipe me gustaba... nada más que por el aquel que tenía... Cantaba los tangos ¡que había que oírle! Le digo a uté que había que oírle. Bailaba panaderos como un gitano de la Macarena. ¡Y luego tan guasón! Nunca se sabía cuándo hablaba formal.

Dos o tres veces intervino en la algazara para dar su dictamen tan lleno de experiencia en asuntos amorosos. Y todos se volvieron a él, y callaron los demás para oírle. Entonces habló, sin poder remediarlo, para satisfacer secreto impulso de rehabilitarse con su historia. Habló el maestro.

Todos estaban acostumbrados a oírle hablar con infantil sencillez de aquella buena anciana, que no tenía una palabra de reproche para sus audacias y encontraba aceptables sus prodigalidades de filántropo, que le hacían volver a casa medio desnudo si encontraba un compañero falto de ropa.

Era todavía un hombre en pleno vigor, grueso, fuerte, de facciones nobles, de pelo gris. Me dio mucha pena, y al oírle olvidé mis preocupaciones. Aquel hombre era un Hamlet, un Hamlet campesino, uno de los hombres que me han producido una impresión más triste y desconsoladora.

El caballero joven que había pasado la noche haciendo números, sumas y restas, dejó caer la cabeza sobre el pecho, agobiado de cansancio y de pena. Luego, levantándose, fue hacia la cama donde dormía la mujer hermosa. Ella, al oírle acercarse, despertó tendiéndole los brazos.

Y ahora, si sus instrucciones se lo permiten, déjeme usted solo. ¡Buenas noches y gratos sueños! exclamó el rufián. La luz desapareció y el ruido de los cerrojos y después los sollozos del Rey. Se creía solo. ¿Quién podía oírle y mofarse de su llanto? No me atreví a hablarle. Podía escapársele una exclamación de sorpresa que nos vendiera.