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Actualizado: 10 de julio de 2025


Don Modesto dijo esta un día a su huésped , cuando usted oiga de noche a este ave nocturna de Ramón desollarnos las orejas con su canto, hágame usted favor de salir y decirle que se vaya con la música a otra parte. Y vea usted lo que es: a me gusta oírle, porque no puede negarse que canta y toca la guitarra con mucho primor.

Nadie sospecharía al oírle enterarse tan minuciosamente del escalafón, de las reservas y reemplazos, etc., que aquel hombre les tenía jurado odio eterno. Pero el Jubilado llegó con el tiempo a una distinción que nunca se había atrevido a proponer.

Y, puesto caso que durmiese y no despertase, en vano sería mi canto si duerme y no despierta para oírle este nuevo Eneas, que ha llegado a mis regiones para dejarme escarnida.

Cuando gusten, señores, ya están ensillados los caballos exclamó Baldomero aproximándose a la ventana del comedor, donde se encontraban tomando te Lorenzo y Melchor, quien al oírle se volvió hacia la ventana diciendo: Vamos en seguida, esperamos a Ricardo que todavía está en el baño. ¡Y está linda la tarde!... fresquita. ¿Realmente, Baldomero, y usted nos acompañará? le preguntó Lorenzo.

Si pudiera oírle hablar de usted a su bonita manera, si él pudiera pedirle lo que ahora le pido yo, sería usted incapaz de oponerse a ello.

Era el último que se había presentado como cortejante, y en buena ley le llegaba su turno. Pep, que le hablaba sin cesar para distraerlo, quedóse de pronto con la boca abierta al ver cómo se alejaba sin oírle más. Sentóse al lado de Margalida, que parecía no verle, humillada la cabeza y fijos los ojos en sus rodillas.

Seguro estoy de que no me desmentirá el aserto mi amigo el de la consabida nocturna bofetada fisimánica. ¡Cuántos ratos deliciosos suele éste proporcionarme sin percatarse de ello, con sus narraciones de pura casta! ¡Con qué fruición, pueril quizá, pero disculpable, me digo después de oirle: «Aún queda un marino!...» ¡Y qué tentaciones me acometen otra vez de publicar aquí algunas de esas narraciones!

El canto iba acompañado de golpes sordos, iguales á los que producen las manos sacudiendo y ahuecando algo blando y voluminoso. Miguel creyó reconocer la voz de Alicia. Tosió varias veces sin resultado; no podía oirle.

Después tomó parte en la conversación, expresándose con tanta serenidad y con juicios tan acertados, que se maravillaban de oírle todos los presentes. Juan Pablo discurría así: «Pues no está tan guillati como pensé, y lo que dijo antes revela más bien talento agudísimo. ¡Por vida de la santísima uña del diablo!

Acaso habías perdido la costumbre de oirle en los veinte años que hace que no nos vemos, pero nunca es tarde para ceder á los buenos consejos. Ya ves con qué confianza he venido á buscarte ...; os que, en realidad, no se trata ya de ti ni de , sino de esos muchachos, que merecen ser dichosos ... Nos pasaremos sin ti para su dicha como nos hemos pasado para su matrimonio; llegas tarde.

Palabra del Dia

buque

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