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Actualizado: 3 de julio de 2025


Los templos, las casas nuestras Levantadas en concordia Os piden misericordia, Hijos y mugeres vuestras. Ablandad, claros varones, Esos pechos diamantinos, Y mostrad qual Numantinos Amorosos corazones: Que no por romper el muro Remediais un mal tamaño, Antes en ello está el daño Mas propincuo y mas seguro.

Catalina, frente a aquel grandioso espectáculo, se sentía más serena, más tranquila que durante el sueño. «¿Qué importancia tienen nuestros dolores pasajeros, nuestras inquietudes y nuestras penas? se decía la anciana . ¿Para qué importunar a la Providencia con nuestras lamentaciones? ¿Por qué temer el porvenir?

1 Así que, amados, pues teniendo tales promesas, limpiémonos de toda inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionando la santificación en temor de Dios. 2 Admitidnos: a nadie hemos injuriado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado. 4 Mucho atrevimiento tengo para con vosotros, mucho me glorío de vosotros; lleno estoy de consolación, sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones.

¿En qué consiste que nuestras impresiones más profundas sean una cosa tan incierta, tan yaga, que el transcurso de algunos meses, de algunos días, de un instante casi indiscutible, las borra? ¿Cuál es la naturaleza de este sentimiento, tan violento en su embriaguez, tan rápido en su duración, que aspira a sojuzgar el porvenir y que un año devora? ¿Será verdad que los afectos del hombre no son más que un arenal invertido que deja escapar poco a poco todo su contenido? ¿Y será preciso que muramos en todas partes donde hemos vivido allí mismo donde encontrábamos tanta dulzura en inmortalizarnos en el corazón de los que nos aman?

Arregladas nuestras convenciones, el buen hombre colocó tranquilamente sobre mi escritorio, tres paquetes de piezas de oro.

Para amar hay que conocer y no basta la etiqueta... »Como usted ve, señora, tengo la debilidad de desear un matrimonio de inclinación, pero, desagraciadamente, la vida de nuestras pequeñas poblaciones se presta poco a ello. En Bellefontaine, donde vivo, los hombres están agrupados de un lado y las mujeres de otro. Conocemos el color de los sombreros de esas señoritas, pero no el de sus ideas.

Si hemos sido esclavos hasta ahora de otro pueblo que no vale lo que el nuestro, ya hemos roto nuestras cadenas. ¡Salid a los balcones, bellas peñascas! ¡Salid a los balcones y arrojad flores sobre nuestros ilustres huéspedes! ¡Salid! ¡Salid!» D. Juan Casanova había ganado mucho en emoción, en calor, durante esta tirada. La voz salía temblorosa, ronca.

Todo esto no dura mas que un segundo; nuestras quejas no se prolongan más que el canto de la cigarra en otoño; y tales cantos ¿pueden impedir la llegada del invierno? ¿No es preciso que a cada cosa le llegue su día, que todo muera para que vuelva a nacer? Ya otras veces hemos muerto y hemos renacido, y deberemos morir y renacer en lo porvenir.

Perdóneme y olvide. Déjeme con mis penas. Ahora que me ha amado, pero es... No pudo terminar la frase, porque se bañó en lágrimas. lo que quiere usted decir le dije confundido. Demasiado tarde... , demasiado tarde. Nuestras dos existencias han sido destruidas por mi necedad... porque le oculté lo que como hombre sincero y honrado debía habérselo dicho hace ya mucho tiempo.

No hay pues simultaneidad de existencia entre las del paraiso y las de nuestros jardines; porque entre aquellas y el primer gérmen, no mediaban mas que los movimientos para el primer desarrollo, y para la existencia de las nuestras, han mediado otros muchos.

Palabra del Dia

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