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Actualizado: 14 de junio de 2025
El guapo abrió los ojos sorprendido. ¿Á quién? ¿Á quién ha de ser, desaborío? Á ella, á la mujer por quien penas. Obedeció, dando con los nudillos sobre la baraja y diciendo al mismo tiempo con voz apagada y temblorosa: «¡Soledad!» Está bien dijo la maga tomando la baraja y formando con ella varios montoncitos. Contó de derecha á izquierda, y del quinto montón sacó una carta que dejó separada.
Fumándolo estaba y envolviéndose en nubes de humo y en otras aún más espesas de cavilaciones trascendentales cuando llamaron suavemente con los nudillos y se oyó la voz de doña Mónica: ¿Está usted visible, señor de Barragán? Este se apresuró a encerrar la mesa giratoria en el armario. Adelante, doña Mónica. Apareció la buena señora. Pues aquí preguntan por usted unos caballeros.
Se explicaba, en efecto, de este modo y muy sencillamente, el tuteo y la familiaridad entre el médico y la nieta del Marmitón; pero lejos de oponerse, ¿no ayudaba esto a lo otro que yo sospechaba? Apunté, como en chanza, unas indagaciones en este sentido. Igual que si hubiera dado con los nudillos en una peña del monte. Hasta dudé si Neluco se había enterado de ellas.
Agitábase ya Lucía en su asiento, y echando abajo el chal escocés e incorporándose, se frotaba asombrada los ojos con los nudillos, a la manera de las criaturas soñolientas. Tenía revuelto y aplastado el pelo, y muy encendido el lado del rostro sobre que reposara; una trenza suelta le descendía por el hombro, y, destrenzándose por la punta, ondeaba en tres mechones.
Llegado ante la puerta, advirtió en el suelo la mascarilla negra de Gonzalo; cogiéndola con presteza se la puso en el rostro. Golpeó tres veces y luego otras dos con los nudillos. El paño de la capa desprendía afeminado perfume. Su espíritu comenzó a divagar. Vio y dejó de ver varias veces una almohada de Aixa engalanada con hilo de oro y piedras preciosas.
La puerta de aquella habitación estaba cerrada; pero apenas Aldea se detuvo ante ella, golpeándola suavemente con los nudillos, una de sus hojas se abrió calladamente hacia fuera, mostrando un brazo de mujer ceñido por una manga de seda roja.
Se detuvo junto a una reja, y al tocar ligeramente con los nudillos en sus maderas, se abrieron éstas, destacándose sobre el fondo oscuro de la habitación el arrogante busto de María de la Luz. ¡Qué tarde, Rafaé! dijo con voz queda. ¿Qué hora es?... El aperador miró al cielo un instante, leyendo en los astros con su experiencia de hombre de campo. Deben ser ansí como las dos y media.
Aunque su rostro estaba cubierto por el negro tafetán, reconociole, al pronto, por la pluma blanca, sujeta a la gorra con hermoso joyel de diamantes, y la capa cenicienta que llevaba, también, noches pasadas, en la casa de juego. Al tiempo que el joven regidor iba a golpear la puerta con los nudillos, Ramiro, corriendo hacia él, asiole el brazo en el aire.
Palabra del Dia
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