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Actualizado: 19 de junio de 2025


Ana sonrió y le explicó el instrumento griego a su buen esposo. Chica, eres una erudita. Otra nubecilla pasó por la frente de Ana. El reloj de la catedral, a media legua del Vivero, dio las diez, pausadas, vibrantes, llenando el aire de melancolía. Pues es verdad que se oye dijo Quintanar. Y después de un silencio, comentario de la hora, añadió: ¿Vamos a cenar? ¡A cenar! gritó Ana.

Volvió corriendo al huerto, pero antes de llegar, una nubecilla blanca y fina como vedija de algodón se elevó sobre las copas de los naranjos, y sonó una detonación larga y ondulada, como si se rasgase la tierra. Acababan de fusilar a Bolsón.

Parece al principio nubecilla casi imperceptible, un copo blanco en el cielo azul, pero luego á este copo se añaden otros, y constituyen un velo cuyos desgarrones permiten á la mirada que penetre en las profundidades del espacio, y por fin se presentan como espesa masa, arrollándose en cilindros ó hacinándose en pirámides.

Pero aún quedaba mucho día, y corriendo a lo largo de la costa era indudable que nos pillarían antes del anochecer. El patrón manejaba la barra con el cuidado de quien tiene toda su fortuna pendiente de una mala virada. Una nubecilla blanca se desprendió del vapor y oímos el estampido de un cañonazo.

Hubo un momento en que me pareció ver volar como hojas sueltas entre una nubecilla de humo, aun cuando en los alrededores no había árbol alguno. Pero el viejo macho me dijo que eran plumas, y efectivamente a cien pasos frente a nosotros un hermoso perdigón gris cayó dentro de un surco, doblando su cabeza ensangrentada. Cuando ya el sol quemaba en lo alto, cesó repentinamente el tiroteo.

Primero se vio hacia la parte de los cerros, ocupados por los liberales, el humo de un fogonazo que rastreó como una nubecilla, y sonó un estampido: luego se oyó otro, y luego muchos más, hasta quedar las colinas cubiertas de un nublado espeso que tardaba largo rato en disiparse, mientras las cavidades de los montes devolvían en ecos temblorosos y roncos el tronar de la artillería.

Eran animales de nerviosa viveza, fuertes y robustos, hasta el punto de hacer temblar el suelo, levantando una nubecilla bajo sus patas; el pelo fino y brillante como el de un caballo de lujo, los ojos encendidos, el cuello ancho y arrogante, cortas las patas, delgada y fina la cola, los cuernos sutiles, puntiagudos y limpios, cual si los hubiese trabajado un artífice, y la pezuña redonda y diminuta, pero tan dura, que cortaba la hierba como si fuese de acero.

Sacó del bolsillo un largo trapo blanco, le ató al extremo de una rama y le agitó tres veces en el aire á modo de bandera. Una nueva nubecilla de humo y otra detonación indicaron á los dos amigos que su señal había sido comprendida.

Palabra del Dia

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