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Actualizado: 20 de junio de 2025


En cuanto Nieves se fue del comedor, llamó él a Catana con una seña; y llevándosela al rincón más escondido, la preguntó por lo bajo: ¿Qué tiene la niña hoy? La rondeña recibió la pregunta como el diablo una rociada de agua bendita, y contestó bajando mucho la cabeza: , zeñó... ¡Yo digo que tiene algo! afirmó con energía desusada el manso Bermúdez. Po zi zu mercé lo zabe, zabe que yo.

Pero puedo atreverme a lo que temo y desafiar los recelos de la materia. La noche llega.... El disco plateado de la luna empieza a brillar en los cielos. Nunca el pie de un mortal vulgar ha manchado las nieves sobre las cuales andamos durante la noche sin dejar ninguna huella.

La llamaban doña María de las Nieves, y era una de las figuras más notables que presenta Madrid en la variadísima serie de los tipos de café. Iba algunas veces sola, otras con una mujer de mantón borrego que parecía verdulera acomodada.

Conformes; pero verá usted cómo no fue mi pregunta tan ociosa como cree: ¿qué garantías le han dado a usted de que la felicidad de Nieves ha de hallarse por el camino de esos planes? Hombre... cuantas pueden darse en un caso así. Ninguna, señor don Alejandro, ninguna.

Se ignora si las racionales dudas de Nieves quedaron desvanecidas con esta argumentación de su padre; pero es un hecho que la una y el otro, a pesar de tener citado a don Claudio en Peleches para el anochecer, tan hartos se vieron de visitas y tan necesitados de libertad y movimiento, que a las seis de la tarde se echaron al mundo por la Costanilla abajo, anticipando la salida dos horas a la convenida con el comandante retirado.

Allá lo veremos, mi señor don Alejandro, porque todo se andará. Voy por de pronto a satisfacer la curiosidad de Nieves en cuatro palabras, porque siendo, aunque inmerecidamente, tan íntimo amigo de su padre, no está bien que sea un hombre desconocido para ella... Tanto como eso, no, señor don Claudio. Es un decir; y vamos allá.

Por entonces los conocí yo siendo estudiante todavía, durante las vacaciones de verano, en la romería de la Virgen de las Nieves. Me parecieron de muy mala catadura, particularmente el mayor, en cuyo semblante de torva y recelosa mirada, lo mismo que en el resto de su persona, se veían las huellas y el estrago de todas sus malandanzas.

¡Qué volver! exclamó Leto con la más candorosa naturalidad . No habría tal vuelta; porque Nieves no habría perecido sin perecer antes yo que la sostenía... Pero ella, ella, don Claudio, ¿por qué había de perecer así?

Pregúnteselo usted a Rufita González contestó Nieves muy seria , que lo sabrá con exactitud... ¡Carape si la picaba Rufita González en aquel particular! Pero no se dio por tentado de la sospecha, y dijo sencillamente: Y ¿por qué lo ha de saber Rufita mejor que usted? Porque ya tiene el gabinete preparado... y hasta los dulces para la boda.

A propósito de estas tertulias. En una de ellas, estando Leto de codos al balcón del saloncillo, mientras Nieves tocaba adentro una melodía de Schubert, se dejó llevar distraído de la impresión que le causaba siempre la buena música, y particularmente la que le era conocida, y acabó por seguir a media voz el canto de la melodía.

Palabra del Dia

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