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Actualizado: 20 de junio de 2025
Y ¿no estarían mejor preguntole Nieves, con una sonrisilla que hablaba sola , en otra parte... por ejemplo, con cierto clavel rojo, en el mismo libro, como apunte de dos fechas importantes?... En fin, al gusto de usted... y hasta luego... y corrió la tablilla de cuarterón.
¡Toma, y se admira, canástoles! ¡Yo lo creo! Pues mal creído... ¿Cuántos años tiene usted, entonces, o, mejor dicho, cuántos cree tener? Ni tampoco cincuenta y ocho... Lo menos sesenta y dos... ¡Ave María Purísima!... ¡No le hagas caso, Nieves! De todas maneras, igual le dé, porque ya no ha de echarse usted a pretender jovenzuelas; pero ésta es una cuenta que se saca en el aire y por los dedos.
Con esto y con la propensión natural de Leto a someter sus juicios al imperio de los extraños, por primera vez en su vida se creyó algo pintor y no del todo insignificante. Pues ahora va usted a ver mis obras le dijo Nieves muy templada, dejando las de Leto sobre un velador , siquiera para que aprenda usted, en vista de lo malas que son, a no ser tan avaro de las suyas.
Y digo, ¡una persona que viene desde un extremo del mundo, solamente para eso! ¿Te parece que tiene vuelta el argumento, Nieves? Pues no la tiene, aunque otra cosa se te figure. De todas maneras, no se trata aquí de ese particular que, por ahora, es secundario.
Ya se ve que sí dijo Nieves siguiendo el humor a su padre . Pero, dime añadió : ¿también aquí me está prohibido mirar? Aquí no respondió muy formalmente don Alejandro , porque esto tiene bien poco que ver.
Piscis comenzó a hacer la guardia desde la esquina, armado de su formidable garrote. ¿Quién era la mujer que en aquel momento obtenía los favores del sultán de Sarrió? La blonda Nieves, responderán a una voz cuantos hayan seguido el curso de esta verídica historia.
Y revueltos con las mujeres desfilaban los gauchos de cabeza trágica, barbudos, melenudos, curtidos por el sol y las nieves, con el poncho deshilachado y las botas rotas. Muchas de estas botas parecían bostezar, mostrando por la boca abierta de sus puntas los dedos de los pies, completamente libres.
Doña Nieves, bien digerido el café, tomaba chocolate, y acompañábanla Juan Pablo, Feijoo, el pianista ciego, Feliciana, Olmedo y algún otro. El mozo mismo, que había llegado a familiarizarse con aquella sociedad, se agregaba también, tomando asiento a un extremo del corro para escuchar y aplaudir.
Abriola don Alejandro, que ya había entrevisto al pendolista en la bastarda algo temblona del sobre; leyó la firma ante todo, y dijo a Nieves: De quien yo me presumía por la letra. ¿De quién, papá? Del famoso farmacéutico. A ver qué se le ocurre al bueno de don Adrián.
Pues el dicho trajo cola, y cola larga; porque aposentó en las mientes de Alejandro una idea que jamás había pasado por ellas. Nieves tenía entonces seis años cumplidos; Nacho, diez mal contados: cuando ella tuviera veinte, él tendría veinticuatro. De molde. Nieves era monísima, y llegaría a ser una arrogante moza; Nacho era guapo de verdad, y prometía ser un mozo gallardo. De perlas.
Palabra del Dia
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