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Y si no ha vuelto, volverá... Quiere decirse que te hará la rueda cuando venga y se entere de que ahora vas para santa. que eres boba... déjame en paz. Y suponiendo que venga y me ronde... ¿A qué? Sor Natividad examinó el brochado y vio «que era bueno». Satisfacción de artista resplandecía en su carita seca.

Aquellas señoras de respetable aspecto las más, guapas y jóvenes algunas, celebraban con alegría evangélica el natalicio de Nuestro Señor Jesucristo como si el Hijo de María hubiese venido al mundo exclusivamente para ellas y otras cuantas personas distinguidas. La Natividad del Señor se les antojaba algo como una fiesta de familia.

Y al decirlo, sus miradas chocaron con las de Sor Facunda, que se acercaba con semblante extraordinariamente afligido. «¿Pero no ha consultado usted este caso con el señor capellánle dijo. replicó Sor Natividad con un poco de humorismo , y el capellán me ha dicho que la meta en la perrera.

Marquesas y duquesas, que habían venido en coches blasonados, y otras que no tenían título pero mucho dinero, desfilaron por aquellas salas y pasillos, en los cuales la dirección fanática de Sor Natividad y las manos rudas de las recogidas habían hecho tales prodigios de limpieza que, según frase vulgar, se podía comer en el suelo sin necesidad de manteles.

Componían la escuadra cinco buques, tripulados por 400 hombres, que salieron del puerto de Natividad el día 21 de Noviembre de 1564. Después de tocar en Samar y Leyte despachó Legazpi una embarcación á fin de que buscase víveres en Butuam, regresando á los quince días con provisiones y la noticia de que los naturales recibirían bien á los españoles.

El 8 de Septiembre de 1785, día en que celebra la iglesia la Natividad de la Virgen Santísima Nuestra Señora, en vez de acudir al templo a rezar sus devociones, la desenfadada María Antonia Fernández bajó a pasear en el Prado, a provocar a los galanes y a escandalizar, según tenía de costumbre.

La compañera que Sor Natividad le dio en aquella faena era una filomena en cuyo rostro se había fijado no pocas veces la neófita, creyendo reconocerlo. Indudablemente había visto aquella cara en alguna parte, pero no recordaba dónde ni cuándo. Ambas se habían mirado mucho, como deseando tener una explicación; pero no se habían dirigido nunca la palabra.

Cuando la comunidad salía de la capilla, doña Manolita, que había entrado de las últimas, sofocada, se acercó a la Superiora y le dijo que Mauricia estaba en la huerta sobre el montón de mantillo. Ya... en la basura replicó Sor Natividad frunciendo el ceño ; es su sitio. Bajaron las recogidas al refectorio a tomar el chocolate con rebanada de pan.

Aplicó después su nariz chafada a la boca de la botella, diciendo con lastimera entonación: «No ha dejado más que el olor... ¡Bribonaza!, ya te daría yo bebida...». De la nariz de la coja pasó el cuerpo del delito a la de Sor Natividad y de esta a otras narices próximas, resultando, de la apreciación del tufo, mayor severidad en el comentario del crimen. «¡Qué asco!

Estos monosílabos guturales los emitía con todo el grueso de su gruesísima voz, y con tal acento de sarcasmo infame y de grosería, que habrían sacado de quicio a personas de menos paciencia y flema que Sor Natividad y sus compañeras.