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Actualizado: 4 de junio de 2025
Al fin, el viajero penetra bajo la alegre sombra, y ahora sí que es agua, agua verdadera, lo que oye murmurar al pie de los árboles. ¡Pero qué cuidado religioso ponen los habitantes del oasis en utilizar hasta la última gota del precioso líquido!
Hallaba muy hermoso el entrar en el Paraíso de un salto heroico, pero pensaba que era muy dulce avanzar hacia la eternidad tranquilamente y sin prisa. Carecía de los impulsos que inspiran el deseo de la muerte, para ver más pronto a Dios. Absolutamente: estaba decidido a irse sin murmurar, cuando llegara su hora, pero deseaba sinceramente, que llegara lo más tarde posible.
Sin embargo, no tardó en llamar la atención de unos y de otros por su condición inquieta y ruidosa: en cuanto tomó confianza, y le bastaron pocos días, mostrose tan travieso, tan turbulento, que los maestros comenzaron a murmurar y a tenerle sobre ojo, y los alumnos a contar con él para todas las jugarretas.
Un pedante, creyendo que los cuatro comisionados tenían la facultad de alejar de Lima cuanto quisiesen la línea equinoccial, se echó a murmurar entre el pueblo ignorante contra el virrey marqués de Villagarcía, acusándolo de tacaño y menguado; pues por ahorrar un gasto de quince o veinte mil pesos que pudiera costar la obra, consentía en que la línea equinoccial se quedase como se estaba y los vecinos expuestos a sufrir los recios calores del verano.
No; usted vendría conmigo... Con usted mejor. Le miró un momento, y luego sus ojos volvieron hacia el mar. Estaban húmedos, como si esta contemplación agolpase las lágrimas en sus córneas. Brillaban con una luz nacarada semejante a la de la luna. De pronto, sus labios empezaron a murmurar algo como un rezo.
Moreno comenzó a murmurar cosas extrañas, tan agitado y descompuesto que verdaderamente inspiraba lástima. Sus mejillas parecían de escarlata. Mario temió que le fuese a dar un ataque. Al fin vino a sacarle de aquel purgatorio su hermana Valeria llamándole para que fuese a arreglar un bastidor del teatro que se había caído.
Y entre, los rancios no sólo figuraba su tío, sino don Eugenio, el fundador de Las Tres Rosas, que también manifestaba al joven gran descontento. Siempre que Juanito se encontraba en la tienda con el viejo comerciante, éste le lanzaba miradas tan pronto de compasión como de desdén. Algunas veces hasta llegaba a murmurar con tono de reproche: ¡Ay, Juanito, Juanito...! Te veo perdido.
Al poco tiempo, como por máquina, principió a murmurar a cada golpe: «¡Dale! ¡Atiza! ¡Buena fue ésa! ¡Vaya una mano!...» y otras semejantes exclamaciones. Terminó la lección de historia sagrada. Antes de tomar la de gramática hubo un respiro. La costurera se puso a bromear alegremente con el mayordomo. Estaba de un humor angelical. ¿Qué tal la carne? Rica, ¡rica de verdad!
El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento.
Ya arreglaremos, ya arreglaremos a la hermanita. Aquella ofensa me llegó al corazón. No pude menos de murmurar: «¡Salvaje!» aunque en un tono delicado que no llegó seguramente a sus oídos. La verdad es que no fui en aquella ocasión modelo de dignidad y energía; pero hay que convenir también en que, de haberlo sido, mis asuntos hubieran empeorado notablemente.
Palabra del Dia
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