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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Pero nunca consideré aquel estado de vida sino transitorio, pues una especie de instinto profético, una voz misteriosa me murmuraba continuamente al oído, diciéndome que en una época, no lejana, y cuando para bien mío fuera necesario un cambio, éste se efectuaría.
¡Holgazanazas! ¡Pendonas! Mejor estabais en vuestras casas espumando el puchero o recosiendo calcetas... ¡Lástima de vara de fresno! Si yo fuera marido o padre vuestro, ya os diría lo que era candonguear a todas horas por la iglesia... Estos y otros requiebros semejantes eran los que el cura murmuraba por los rincones de la iglesia en tono bastante alto para que pudieran oírle.
¿Qué iría á decir la abadesa al duque? murmuraba el asendereado Montiño . ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡y quién me hubiera dicho ayer que esto iba á pasar por mí! Al fin se oyó rechinar la pluma sobre el papel bajo la mano de la madre Misericordia.
La habitación estaba llena de objetos de toda clase, de baúles abiertos y cerrados y aun de muebles derribados. El duque atravesó por todos aquellos obstáculos con precauciones infinitas. Marchaba a tientas, rozando todos los objetos sin tocarlos y paseando entre las sombras sus dedos destrozados. A cada paso murmuraba en voz baja: Honorina, ¿está usted ahí? ¿me oye usted?
Volvió a gemir, a llevarse el delantal a los ojos, pero sin moverse, sin acceder a las súplicas de su nieto. ¡Desgraciado! murmuraba . ¡Eres muy desgraciado!... Y toda la culpa la tuvo tu madre, por su empeño en huir del barrio... ¡Cuánto mejor hubiese sido para todos seguir en el oficio!
Dios murmuraba ella débilmente . Dios sabe más que usted, y que yo, y que todos.... Le pediré que me ampare, y lo hará; le conviene hacerlo; lo hará, lo hará. No respondió Artegui con fuerza . Sé que vendrás, que vendrás arrastrada como la piedra, por tu peso propio, a caer en este abismo... o en este cielo; vendrás, vendrás.
No merece este amor asesino que me ha entrado en el alma murmuraba la comedianta bajando precipitadamente las escaleras . ¡Yo estoy loca! ¡yo me muero! ¡Dios mío! ¡irá! ¡irá! ¡le parezco hermosa! ¡le embriago!... ¡sí, irá! pues bien... ¡me vengaré de él y de ella! ¡él me obliga! ¡aquel horrible beso!... ¡Oh, Dios mío!
Pero entonces se me hacía terriblemente difícil conservar el tono de charla ligera, y muy a menudo las bromas se helaban en la punta de mi pluma. Y todo se ensombrecía de día en día en torno nuestro. Papá estaba cabizbajo, porque las malas cosechas habían defraudado sus más bellas esperanzas; mamá murmuraba, porque nadie iba a distraerla, y Marta se marchitaba cada vez más.
Y añadió al cabo de un instante: Pidamos á Dios, Manolo, que los saque de esta noche en paz... Padre nuestro que estás en los cielos... El caballero de Medina respondió á la oración quitándose el sombrero. Mientras murmuraba el Padre nuestro, su pensamiento cantaba alabanzas á Soledad, «¡Tiene un corazón excelente! El día que adquiera juicio será una mujer adorable.»
Casi a gatas, como un trapero que hurga en los rincones, recogía los puchos, jurando cuando no encontraba o la cosecha era escasa. ¡Estos bolsistas hasta los puchos pierden en la rueda! murmuraba. Y volviendo a su idea de hacer justicia, como él la entendía, añadió: ¡Vaya si lo hacía, y qué bien hecho estaría! ¡zas! ¡zas! y ¡zas! no hay otro remedio.
Palabra del Dia
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