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Actualizado: 20 de junio de 2025


Partió Rafael de Marchamalo, dejando a su novia menos iracunda, pero llevaba en el pensamiento, como una aguda pesadumbre, la aspereza con que le despidió María de la Luz. ¡Cristo, con el señorito! ¡Qué de disgustos le proporcionaban sus diversiones!... Volvía lentamente hacia Matanzuela, pensando en las caras hostiles de los gañanes, en aquella muchacha que se moría rápidamente, mientras allá en la ciudad, los desocupados hablaban de ella y de su susto con grandes risas.

Ni un ave en el espacio, ni un ser viviente en el suelo en cuanto abarcaba la vista, y el rumor continuo, igual, monótono, del invisible río, como si fuera el estertor de la naturaleza, que se moría tiritando, anémica y abotargada por la frialdad.

Ana de Austria, cuyas carnes eran citadas como un modelo de frescura, moría de una úlcera; la Princesa de Subiza, una rubia deslumbradora, se derritió, si vale decirlo así, cayendo sus carnes á jirones.

¿Qué escribir...? La tinta obscura del tintero era tristeza; tristeza el silencio augusto de la gran Naturaleza, y en medio de este dualismo de dolor y de aspereza, se moría lo más triste de lo triste: mi cabeza. Quedó sin nada en la mesa la cuartilla inmaculada.

Vamos, seguid, y no os hagáis de rogar, don Francisco dijo una voz irritada y breve, á pesar de lo cual Quevedo conoció por aquella voz á la Dorotea. ¡Ah, reina mía! ¿y á dónde bueno por aquí? No lo . ¿Que no lo sabéis? No. Llevo la cabeza hecha un horno. Más bien creo la lleváis hecha una olla de grillos. He tenido que dejar la litera; me mareaba dentro, me moría. ¿Pero qué os ha sucedido?

Tenía celos, moría de celos.... El Magistral no era el hermano mayor del alma, era un hombre que debajo de la sotana ocultaba pasiones, amor, celos, ira.... ¡La amaba un canónigo!». Ana se estremeció como al contacto de un cuerpo viscoso y frío. Aquel sarcasmo de amor la hizo sonreír a ella misma con amargura que llegó hasta la boca desde las entrañas.

Don Quijote, que vio que ninguno de los cuatro caminantes hacía caso dél, ni le respondían a su demanda, moría y rabiaba de despecho y saña; y si él hallara en las ordenanzas de su caballería que lícitamente podía el caballero andante tomar y emprender otra empresa, habiendo dado su palabra y fe de no ponerse en ninguna hasta acabar la que había prometido, él embistiera con todos, y les hiciera responder mal de su grado.

Se hablaba de aquellas cosas banales de que conversan en estas tertulias de domingo, la gente joven de nuestros países. El tenor, ¡oh el tenor! había estado admirable. Ella se moría por las voces del tenor.

Lo único que había podido sacar en claro era que se trataba de una congestión cerebral de las peores, y que el enfermo, por haber pasado a la intemperie gran parte de la noche, se hallaba en... ¿cómo decían aquellos tipos...? ¡Ah, ! en un medio patogénico que había preparado el efecto terrible de la mala noticia. Y no cabía dudar que el pobrecito se moría.

Y sonriendo con benevolencia: Ha hecho usted una locura, joven. ¿Qué hubiese usted ganado con que le dijera que se moría? Saberlo de un modo indudable. Muchas gracias; ¿y después? Después... después... después yo no lo que hubiera pasado. , lo sabe usted... pero más vale que no lo diga.

Palabra del Dia

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