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Ese hombre, yo no lo conozco ... Un día entró en casa ... me dijo.... No me hables, no me mires ... Todo lo he sabido. ¿Por qué mi tío te puso en esta casa? ¿Qué hiciste allá? ¿Por qué estas señoras te tienen encerrada y sin ver á nadie? ¿Qué has hecho? No te puedes disculpar, no. Soy un necio si hago caso de las disculpas que me vas á dar.

En tan crítica situacion, y fuera de con un suceso que tal vez iba á decidir de la suerte del pais, trató Bolívar sin embargo de sostenerse, y lo hizo asi durante tres dias; pero al saber que los españoles de Valencia se dirigian ya hácia alli y que sus puestos avanzados se pasaban al enemigo, antes de abandonar Puerto-Cabello quiso tentar fortuna y mandó á su encuentro unos 200 hombres con los coroneles Mirés y Jalon.

Procura ensalzar a las rubias, a las altas, a las blancas, en fin, a las mujeres que tienen el tipo opuesto al de ella y no dejes de entusiasmarte bastante. Llévale la contraria, pero sin apurarte mucho. Eres muy testarudo y no conviene disputar demasiado. Un tono suave y despreciativo surte mejor efecto. Lo más conveniente es que me mires de vez en cuando.

No necesito nada, Clara, no necesito más que verte y que me mires con un poco de compasión. Ya que no la merezco, pero hay momentos en que una gota de compasión puede detener a la muerte, puede salvar un alma del infierno... Yo te lo pido, Clara, yo te lo imploro por la memoria de tu madre.

El estudiante está en Estrasburgo; es inútil que mires; no viene. ¡Cuánta amargura debe hervir en el alma de esa mujer! Parece que cruza y confunde sus miradas, como si una idea agujerease su cerebro, y se pasa la mano por la frente con mucha frecuencia. Es bien seguro que está sudando de congoja; es seguro que algun vértigo la amenaza.

La besó, la abrazó, se la apretó contra el corazón: «Ven, pobrecita: ven, que esos malos te dejaron aquí sola: no estás fea, no, aunque no tengas más que una trenza: la fea es ésa, la que han traído hoy, la de los ojos que no hablan: dime, Leonor, dime, ¿ pensaste en ?: mira el ramo que te traje, un ramo de nomeolvides, de los más lindos del jardín: ¡así, en el pecho! ¡ésta es mi muñeca linda! ¿y no has llorado? ¡te dejaron tan sola! ¡no me mires así, porque voy a llorar yo! ¡no, no tienes frío! ¡aquí conmigo, en mi almohada, verás como te calientas! ¡y me quitaron, para que no me hiciera daño, el dulce que te traía! ¡así, así, bien arropadita! ¡a ver, mi beso, antes de dormirte! ¡ahora, la lámpara baja! ¡y a dormir, abrazadas las dos! ¡te quiero, porque no te quieren

Conque no me vengas con tristezas ni tontunas, ni vuelvas a decir que te deje, ni que si te dejo yo te aguantarás. Si lo piensas, es porque no me quieres. ¿Soy rica? Pues mejor. Ya saldrás de pobre, y si no, yo lo mismo te he de querer, con tal de que no mires a ninguna otra mujer. ¿Lo entiendes? Es lo único que no te perdonaría nunca.

Y aun desde la almohada siguió dirigiendo a su hija, con sus grandes ojos vidriados, la misma fija y aterradora mirada. ¡Madre de mi alma! gritó la niña abrazándose inmediatamente a ella . ¡No me mires así, por Dios!... ¡Mamita mía, no me mires así! ¡Ay, no me mires así!... ¡Ay por Dios, que me das miedo!... ¡Mamita, mamita!... ¡Ay, Dios mío! ¿Qué es esto?

Y se puso a sollozar, hablando, con la voz entrecortada. Perdóname, Raquelita, perdóname. Ya que no tengo ni el derecho de pedirte perdón. Cuando debí hacerlo, te insulté. , he sido contigo demasiado mala. Ya no lo soy. He perdido todo mi orgullo odioso. No, no me mires con ese modo asombrado.

¡No mires más las almas, Cristela, sino los rostros! insistió Bob. Los rostros bellos encantan por su belleza; en los feos hay inteligencia y audacia... Conténtate con la máscara, gózate de su mueca y su pintura; pero no penetres en los sentimientos y las ideas. Tal es el desinteresado consejo de tu amigo Bob el enano.