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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Susana decía que los hombres eran unos papanatas, y yo comparto las opiniones de Susana. ¡Oh, oh! dijo el comandante, mirándome con un aire tan bondadoso, que tuve miedo de estallar en sollozos; ¡tanta misantropía en tanta juventud! No contesté nada, y como en aquel momento llegábamos a una espaciosa terraza, me escapé de su brazo y corrí a esconderme tras una enorme arcada.
Si ese monumento no fuese tan magnífico, seria menos palacio; pero seria más iglesia. Diciendo y haciendo, cogí la escalera, y la señora se quedó mirándome, como una persona que piensa y que no acaba de comprender su propio pensamiento. =Día sexto=. Calle de Rívoli, casa de la Ciudad, columna de Julio, arco del Triunfo, campos Elíseos. ¿Se vive aquí mejor que en otros puntos?
Varias veces la he sacado del fondo del arca y me la he probado, mirándome al espejo. Mucho van a rabiar cuando me vean tan maja las hijas del escribano, que gastan tanta fantasía como si fueran dos marquesas, aunque son dos esperpentos y van siempre mal pergeñadas.
¿Qué es eso? la dije. Esto es que Dios me favorece, me contestó: son tres mil reales que he ganado a la lotería. ¡Ah! exclamé adivinando su intención. Tres mil reales que traigo a usted. ¿Y para qué quiero yo eso? ¿Para qué? me contestó mirándome gravemente, para que se reintegre usted de los dos mil reales que dio a la señora Adela. ¡Ah! ¿eres orgullosa?
La Reina le tendió la mano y le dijo con bondad: »Siéntese, Carlos. »Se inclinó cortésmente y permaneció de pie, continuando mirándome, con el más profundo silencio. Yo me despedí de SS. MM. y me retiré de su presencia; poco después llegué a mi casa en un estado difícil de explicar.
Dime por entendido y añadí otros cincuenta reales, y en pago me dijo que enderezase el cuello de la capa, y dos remedios para el catarro que tenía de la frialdad del calabozo, y últimamente me dijo, mirándome con grillos: -Ahorre de pesadumbre, que con ocho reales que dé al alcaide, le aliviará; que esta es gente que no hace virtud si no es por interés. Cayóme en gracia la advertencia.
Mesábame las barbas, y renegaba de mi mal cortada pluma, que siempre ha de pinchar, y de mi lengua que siempre ha de maldecir, cuando un cariacontecido mozalbete con cara de literato, es decir, de envidia, se me presentó, y mirándome zaino y torcido, como quien no camina derecho ni piensa hacer cosa buena, díjome entre uno y otro piropo, que yo eché en saco roto, cómo tenía que consultarme y pedirme consejo en materias graves.
Me parece repuso que soy dueño de colocar la exposición donde me plazca, puesto que soy el narrador. Por otra parte, no es aquí, en la Opera, donde hay que mostrarse severo respecto a las exposiciones agregó el profesor en Derecho, las cuales no se entienden jamás. Lo cual es, con frecuencia, una fortuna para los autores de los libretos añadió el notario mirándome.
Aunque Emma no podía dar a la semejanza que se le encontraba todo el valor que le atribuía la envidia de Marta, sintió el orgullo en la garganta, se vio cubierta de gloria, y pensó enseguida: «Parece mentira que en este poblachón de mi naturaleza se pueda gozar tanto como yo gozo en este momento, mirándome en los ojos de este hombre y oyendo estas cosas que me dicen».
Por más que éstos no fuesen exagerados en el precio de sus cuadros, una colección como aquélla sólo podía adquirirse a fuerza de tiempo y serios dispendios. ¿Cuánto calcula usted que llevo gastado en cuadros? me dijo mirándome a los ojos fijamente. Phs... Yo no soy perito en la materia... Vamos, una cifra aproximada... Nada... no puedo calcular...
Palabra del Dia
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