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Actualizado: 9 de julio de 2025
Sí: eso es el a b c del oficio dijo don Simón con un poquillo de desdén ; pero ¿y si en vez de subir baja? Amigo, ¡si se cae el cielo!... Pero ¿cómo ha de bajar un papel semejante en cuatro días? No era don Simón tan tirolés en negocios como en política; por lo cual estuvo largo rato defendiéndose de los desinteresados apremios del Ministro.
No; no así, Perlita mía, respondió el ministro; porque con la nueva energía adquirida en aquel instante, se apoderó de él todo el antiguo temor de revelación pública que por tanto tiempo fué la agonía de su vida, y ya estaba temblando, aunque con una mezcla de extraña alegría, al fijarse en la situación en que se encontraba en la actualidad. No, no así, niña mía, continuó.
Yo te conozco, Ester; pues veo la señal que te distingue entre todas las demás. Todos podemos verla á la luz del sol; pero en las tinieblas brilla como una llama rojiza. Tú la llevas á la faz del mundo; de modo que no hay necesidad de preguntarte nada acerca de este asunto. ¡Pero este ministro!... ¡Déjame decírtelo al oído!
Hacía algún tiempo que había escaseado sus visitas, no porque el duque no le hubiese recibido perfectamente, ni porque dejase de ejercer sobre el veterano la misma irresistible atracción que ejercía en todos los que se le acercaban. Pero como era regular, don Modesto se había impuesto la regla de no presentarse ante el duque, general y ex ministro de la Guerra, sino de rigurosa ceremonia.
Tu corazón no debe permanecer por más tiempo expuesto á la malignidad de sus miradas. Sería peor que la muerte, replicó el ministro, ¿pero cómo evitarlo? ¿Qué elección me queda? ¿Me tenderé de nuevo sobre estas hojas secas, donde me arrojé cuando me dijiste quien era? ¿Deberé hundirme aquí y morir de una vez?
Cuando el señor Ministro aplicó a la política aquel calificativo tan feo, que no quiero repetir, Esteven lo aprobó, como todo lo que S. E. decía, con asentimiento de cabeza y repitiendo: Diga usted que sí, doctor, diga usted que sí.
Una, cuando el primer ministro le presentó una renuncia insolente; otra, cuando el mariscal en jefe le hizo traición, y la tercera, cuando perdió el gran diamante de su corona...
¡Ja! ¡ja! ¡ja! exclamó la anciana bruja, inclinando siempre su alto peinado hacia el ministro. Bien, bien: no necesitamos hablar de esto durante el día; pero á media noche, y en la selva, tendremos juntos otra conversación.
Comprendiendo el estado del espíritu de la pobre culpable, el ministro de más edad, que se había preparado para el caso, dirigió á la multitud un discurso acerca del pecado en todas sus ramificaciones, aludiendo con frecuencia á la letra ignominiosa.
M. Simeón, ministro del Interior e Instrucción pública, le remitió de parte del rey Luis XVIII una colección de los clásicos latinos de Lemaire con el lisonjero testimonio de la satisfacción de S. M., quien le concedía espontáneamente una pensión literaria, con cargo al presupuesto del fomento de la literatura; cuya pensión venía destinada a suplir en parte el pequeño sueldo que disfrutaba en la diplomacia.
Palabra del Dia
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