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Martinus Dei gratia Rex Aragonum &c. Dilecto Consiliario nostro Pardo la Casta Merino Civitatis Cæsaraugustæ salutem et dilectionem.

Dilectis et fidelibus suis Merino et Zalmedino Cæsaraugustæ, aliisque officialibus nostris presentes litteras inspecturis etc.

Era un bravo soldado el de Irañeta y podía ocupar lugar excelso en esos extraños fastos eclesiástico-militares, donde están escritas con horribles letras negras las hazañas de Merino, Antón Coll y el Trapense. Navarro fue trasladado al hospital, donde su hermano pudo verle con frecuencia.

En 1783, siendo Obispo de Teruel, D. Roque Martín Merino, inundose toda la vega y llegó el agua hasta el mismo altar mayor, penetrando también por todo el convento, con cuyo motivo dicho Prelado se llevó a su Palacio mantuvo a todos los religiosos.

La mujer con quien hablaba tendría unos cuarenta años de edad; era alta, corpulenta, y aunque bastante descaecida, todavía conservaba en su rostro señales de una belleza superior. Vestía un traje modesto de merino negro, como la mayoría de las que pasan por señoras en los pueblos chicos. Levantose al oír esto, salió al portal e invitó al joven a subir con ella.

Ayer... ¡qué pena!... no me conoció... ¡Tanto tiempo sin verme!... me tenía miedo... ¡pobrecita de mi alma!... miedo, así como se dice... Ni que su madre fuera el coco... En esto oyeron pasos, y miraron todas a la puerta. Era doña Guillermina, que entró, como siempre, muy apresurada, encendidas las mejillas, con su perdurable mantón oscuro, sus zapatones, su falda de merino.

Genoveva era una mujer de cuarenta años poco más o menos; baja, gruesa, morena, mofletuda, con ojos grandes y pardos a flor de la cara, que no decían nada, absolutamente nada, el cabello muy lamido y formando ondas por las sienes. Vestía saya lisa del hábito del Carmen y manto negro de merino anudado a la espalda, al uso de todas las sirvientas provincianas.

En la primera iban, entre otras personas distinguidas, las dos señoritas de Delgado con su hermana la viuda, que iba autorizándolas con su presencia; las de Merino con su hermano Bonifacio, el más complaciente de todos los hermanos; tres o cuatro oficiales de la Fábrica, don Mariano, don Máximo, Martita y Ricardo.

Levantose, con gran sorpresa de Encarnación, única persona que en la sala estaba, se peinó a la ligera y se puso su falda de merino oscuro, pañuelo de crespón negro, otro de color a la cabeza, mitones colorados, sus botas de caña clara, y... Pero antes de salir dedicó un gran rato a su hijo, que habiendo despertado cuando la mamá se vestía, parecía declarar con sus chillidos que le cargaba la salidita.

La nariz, la boca y la barba se parecían mucho a las del Magistral. Un mantón negro de merino ceñido con fuerza a la espalda angulosa, caía sin gracia sobre el hábito, negro también, de estameña con ribetes blancos. Parecía doña Paula, por traje y rostro, una amortajada. Petra saludó un poco turbada. Doña Paula la midió con los ojos, sin disimulo.