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Actualizado: 29 de junio de 2025
Mientras estuvo escribiendo La Letra Escarlata, se le veía con frecuencia olvidarse de cuanto le rodeaba, sumergido en profundo ensimismamiento. Refiérese que un día, hallándose en este estado, tomó del costurero de su esposa una pieza que ella estaba cosiendo, y la picó en pedazos muy menudos, sin reparar en lo que había hecho. Esta costumbre de destrucción inconsciente databa de su juventud.
Pero tenía esperanza; tal vez se presentaría un modo de utilizar en beneficio del pobre mártir aquella abnegación a que estaba resuelta.... Mientras llegaba el momento, no podía más que consolarle, y esto sabía hacerlo de modo que el Magistral tenía que emplear esfuerzos de titán para contenerse y no demostrarle su agradecimiento puesto de rodillas y besándole los pies menudos, elegantes y siempre muy bien calzados.
Llegáronse a mí las viejas a hacerme regalos, y holguéme de ver descubiertas las niñas, porque no he visto desde que Dios me crió tan linda cosa como aquella en quien yo tenía asestado el matrimonio: blanca, rubia, colorada, boca pequeña, dientes menudos y espesos, buena nariz, ojos rasgados y verdes, alta de cuerpo, lindas manazas y zazosita.
Sobre las mesas elevábanse pirámides multicolores de cucuruchos con sorpresas. Tiraban de sus extremos los comensales, produciéndose un estallido fulminante, y de las envolturas surgían menudos objetos de adorno, mariposas y flores de gasa, minúsculas banderas, gorros de papel.
A todo tirar gastaré cinco reales... Unas tenacillas de florista, pues las que tengo son un poco gruesas: tres reales. Un cristal bien limpio:real y medio. Cuatro docenas de pistilos muy menudos, a no ser que pueda hacerlos de pelo, que lo he de intentar: dos y medio. Total: quince reales.
La hermana sonrió, dejando ver aquellas filas de dientes blancos y menudos que me hechizaban. Y volvió a cantar: A mi suegra, de coraje le he echao una maldisión, que se la pierda su hijo y que me le encuentre yo. ¡Eso, mi niña! exclamó el desfachatado malagueño. Yo le eché una mirada atravesada y rencorosa, y dije por decir algo: Son peteneras, ¿verdad?
Ni juego, ni bebida, ni mujeres le sacaban de quicio. En política era naturalmente doctrinario. Su madre le juzgaba mozo de gran porvenir y altos destinos, porque dejándole la paga para gastos menudos y diversiones, Baltasar ahorraba y nunca se halló sin blanca en el bolsillo del chaleco.
Hacia el palacio de Quiñones enderezó, pues, sus menudos y graciosos pasos. Era la hora del oscurecer. Halló a la señora sentada en su gabinete, sin luz, entregada sin duda a una de esas intensas y dolorosas meditaciones que desde hacía algún tiempo la embargaban.
La muchacha era la que llamaba más la atención, con su falda verde de menudos pliegues, bajo la cual se adivinaba la presencia de otras faldas, hinchado globo de varias envolturas que parecía empequeñecer aún más los pies finos y graciosos encerrados en blancas alpargatas. El pecho ocultaba sus contornos salientes bajo un mantoncillo amarillento con flores rojas.
Perdíase en un dédalo de foros y subforos, prorrateos, censos, pensiones, vinculaciones, cartas dotales, diezmos, tercios, pleitecillos menudos, de atrasos, y pleitazos gordos, de partijas.
Palabra del Dia
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