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Actualizado: 16 de junio de 2025
Más aún me ha llamado la atención otro descubrimiento de la misma especie, que yo he hecho en El médico de su honra. El Don Gutierre, que conocemos, se llama en él Don Jacinto; Mencía, Doña Mayor; una criada lleva el nombre de Mencía.
Doña Mencía contestó entonces: No es posible que ahora le veas. Aborrezco el disimulo y el engaño. No sólo le he dejado ir libre, sino que le he absuelto del compromiso que contrajo y de la palabra que dio de permanecer en cautiverio.
Embajador más tarde ante Carlos V, aunque por unas semanas, en rápida misión secreta, habíase enamorado y casado con una española, doña Bárbara de Aldao. De cuyo matrimonio naciera doña Mencía, la que fue segunda duquesa de Sandoval, por casarse con el primogénito de don Fernando y doña Brianda.
Doña Mencía había deplorado la violenta resolución tomada por D. Alonso de Aguilar de prender en la misma casa del Ayuntamiento de Córdoba al mariscal D. Diego, primo de ella, y de tenerle encerrado durante algunas semanas en el castillo de Cañete; pero más deploraba aún el desafuero de D. Diego desafiando a D. Alonso, contra la expresa voluntad y orden del Rey, que quería paz entre ellos, y de llevar adelante el desafío bajo el amparo del Rey moro, que le dio campo y palenque en la vega de Granada.
En ella á 7 de octubre de 1498, á donde se trasladaron los Reyes Católicos despues de la muerte de la princesa Doña Isabel, que falleció en el palacio del arzobispo, se solemnizó el matrimonio de D. Pedro de Navarra mariscal de aquel reino y de Doña Mayor de la Cueva, dama de la Reina hija de D. Beltran de la Cueva duque de Alburquerque y de la Duquesa Doña Mencía de Mendoza su muger que eran difuntos.
Colorada como la grana, en parte de ira y en parte de gustosa sorpresa, se puso doña Mencía al oír el desenfadado discurso de aquel audaz muchacho.
Alguien aseguró después que, hasta que de vista se perdieron, doña Mencía estuvo en el balcón de su estancia, que se elevaba sobre el muro, y desde donde se oteaba el circunstante paisaje, mirando a los que partían, y dando al mancebo cautivo un postrer adiós con el blanco pañizuelo de holanda que hacía ondear su diestra, cuando no se le llevaba a los ojos para enjugarse el llanto delator que los humedecía.
Más de cuarenta años habían transcurrido desde la muerte de doña Mencía. Gonzalo Fernández de Córdoba se hallaba de paso para Granada en la ciudad que se honra con darle su nombre por apellido.
Y reservó, por último, buena porción de su caudal para entregarla a la Superiora del convento de Santa Clara en Córdoba, antigua fundación del rey D. Alonso el Sabio y de su mujer la reina doña Violante, hija de D. Jaime de Aragón, el que ganó a los moros la ciudad de Valencia. En aquel convento había determinado doña Mencía encerrarse para siempre y acabar su vida.
Y el cuento que quiero decir es éste: «Convidó un hidalgo de mi pueblo, muy rico y principal, porque venía de los Álamos de Medina del Campo, que casó con doña Mencía de Quiñones, que fue hija de don Alonso de Marañón, caballero del hábito de Santiago, que se ahogó en la Herradura, por quien hubo aquella pendencia años ha en nuestro lugar, que, a lo que entiendo, mi señor don Quijote se halló en ella, de donde salió herido Tomasillo el Travieso, el hijo de Balbastro el herrero...» ¿No es verdad todo esto, señor nuestro amo?
Palabra del Dia
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