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Actualizado: 16 de junio de 2025
Confió doña Mencía al P. Atanasio una respetable suma de dinero para que la repartiera con juicioso tino entre los soldados de la hueste y los campesinos pobres de las cercanías.
Un monólogo angustioso de Doña Mayor, diverso en las palabras del de la Doña Mencía de Calderón, pero muy semejante en los pensamientos, y en seguida la escena de la sangría suelta: DON JACINTO. Ya estás en seguro; espera, No te descubras. BARBERO. No haré. ¿Qué es esto? DON JACINTO. Yo avisaré. BARBERO. ¿Esta es fantasma ó quimera? DON JACINTO. ¡Descúbrete!
Fuesen como fuesen sus relaciones con el rapaz misterioso, doña Mencía comprendió que daban harto pábulo a la maledicencia.
Por tierra al Paraguay despues vinieron. La mas de toda aquesta poca gente, Que nombre del Socorro les pusieron, De Estremadura son, dó influye Marte De sus sacros tesoros tan gran parte. Sanabria en Medellin nacido habia, Con hijos y muger allí ha vivido, Viudo ya una vez, Doña Mencía En Sevilla por suerte le ha cabido.
Y como las imaginaciones no vienen solas, sino que nacen unas de otras, enredándose y trabándose como áurea cadena, doña Mencía no se contentó con fingir pasado lo que se acaba de decir, sino que se creyó conocedora y zahorí de lo presente y aun inspirada profetisa para ver a las claras las cosas futuras.
Diré sólo que, pocos días después, doña Mencía apareció más bella y remozada, iluminando su rostro una alegría dulce y mucha satisfacción y contento, vistiéndose con más primor y saliendo a caballo a dar largos paseos, por los más solitarios y ásperos caminos, acompañada sólo del mancebo cautivo y del anciano Nuño, a quien el mozo había ganado la voluntad y con quien estaba muy bien avenido.
Pero al volver rico y triunfante para su castillo, en los agrios cerros y en el espeso bosque de encinas que hay entre Pinos y Alcalá, cayó en una celada que los moros, más de mil en número, le habían preparado, y allí murió combatiendo heroicamente contra ellos. La viuda de D. Jaime, que así se llamaba el muerto adalid, quedó como única señora y alcaidesa del castillo. Era su nombre doña Mencía.
La grave doña Mencía frunció el entrecejo al oír la narración de aquel lance; pero en la cara, en el acento y en las frases de Leonor reconoció su sinceridad y que no era culpada; la levantó del suelo en que estaba de hinojos y le aseguró que la defendería. Toda su cólera estalló con vehemencia contra el atrevido rapaz, que con tan liviano desacato ofendía su casa.
Tales observaciones daban vigor a sus sospechas; pero no tardaba en disiparlas la consideración de que el P. Atanasio, grave y reverendo siervo de Dios, comía siempre en la misma mesa con doña Mencía y el mancebo, y terciaba al parecer en todos sus coloquios.
Doña Mencía apenas conversaba con más personas que con el Padre Atanasio su capellán, con Nuño, su escudero y maestresala, y con la hija de Nuño, Leonor, que era su íntima servidora y confidenta. Mucho lamentaba doña Mencía, en sus conversaciones con el Padre Atanasio, los escándalos y las civiles contiendas que asolaban el país y tenían a sus hombres de más valer armados unos contra otros.
Palabra del Dia
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