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Actualizado: 26 de octubre de 2025


Miró a Lucía sorprendido, cual si la viese por primera vez, y con voz debilitada pronunció: Me voy a París ahora mismo.... Mi madre se muere. Sintió ella en el cráneo otro golpe de maza, y quedose sin voz, sin aliento, sin pulsos.

¡Búrlate de tu hermana, picarilla; no tardarás en hacer lo mismo! ¿Yo rezar por un hombre? Usted chochea, don Mateo. Ya me lo dirás dentro de poco repuso el anciano pasando a otro palco a saludar a los señores de Maza. En esto se acercó Pablito al de sus papás, trayendo en su compañía a un fiel amigo que merece especial mención.

Iba tras él un sujeto alto y fornido, con luenga barba negra, llevando al hombro una maza claveteada que á intervalos alzaba sobre la cabeza del otro, amenazándole de muerte. ¡Por San Jorge, aventura tenemos! dijo el barón. Averigua, Roger, qué gente es esa y por qué uno de los villanos así amenaza y espanta al otro.

El bandido rugió como una fiera, acercósele amenazante el otro con la maza en alto y los espectadores de aquella escena los contemplaron algún tiempo en silencio, alejándose después por el camino que llevaba la columna.

Dispénseme usted, amigo Maza; yo he visto cocodrilos en Filipinas manifestó don Rudesindo. ¿Y qué quiere usted decir con eso? Como usted decía que los cocodrilos no se crían en el Nuevo Mundo... ¡Otra que tal! ¿Las Filipinas son del Nuevo Mundo? Señores, ¡señores! hay que abrir los paraguas. Hoy llueven aquí burradas.

Y además, las revelaciones de Frígilis respecto a la salud de Ana le habían caído al pobre ex-regente como una maza sobre la cabeza. «Aquella alegría, aquella exaltación que la habían llevado... al crimen, a la infamia de una traición... eran una enfermedad; Ana podía morir de repente cualquier día; una impresión extraordinaria lo mismo de dolor que de alegría, mejor si era dolorosa, podía matarla en pocas horas...». Esto había contestado Frígilis a la historia de su amigo.

Creo que ha muerto hace media hora dijo el campanero . Cuando he subido a mi casa por las llaves, salía un médico del palacio, y así se lo decía a un canónigo.... Pero sentémonos. Tomaron todos asiento, con la gorra calada, en los peldaños de la verja del altar mayor. Mariano dejó en el suelo el manojo de las llaves, un racimo de hierro como una maza.

A algunos, a don Rosendo, a don Mateo, a don Pedro Miranda y al alcalde don Roque, ya Gonzalo les había saludado la noche anterior. Pero estaban allí además Gabino Maza, don Feliciano Gómez, el ingeniero francés M. Delaunay, Alvaro Peña, Marín, don Lorenzo, don Agapito y otros cinco o seis señores, que se levantaron para abrazarle.

Currita no protestó contra aquel reproche tremendo; no se avergonzó ni se indignó tampoco. Asióse, por el contrario, para llegar a su objeto, a la punta de aquella maza que la aplastaba, y dijo lastimeramente: ¡Ay, , , padre, es verdad!... ¡Si usted supiera lo que pasa en mi casa! ¡Si usted conociera la situación en que me encuentro!

El jefe papú se había precipitado fuera de la habitación empuñando su maza, temeroso de que fuera asaltada la aldea. Poco después dió un grito de alegría. ¡Uri! ¡Uri! decía, corriendo a través de las terrazas, donde se había agolpado la población entera. Un papú, seguido por dos hombres blancos, cruzó el puente y corrió al encuentro del jefe, rápido como una flecha. ¡Padre! exclamó.

Palabra del Dia

reclinándose

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