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Actualizado: 10 de junio de 2025


El dueño de Matanzuela, al ver a María de la Luz bajo las arcadas, fue a su encuentro, confundiéndose con el cocinero de los Dupont y un grupo de criados que acababan de llegar cargados de vituallas, y pedían a la hija del capataz que los guiase a la cocina de los señores, para preparar el banquete.

¡Pero, tonto! ¡si yo sólo te quiero a ti! ¡Si estoy chalaíta por mi cortijero y aguardo como quien espera a los ángeles el momento de ir a Matanzuela pa cuidar a mi aperador salao!... Ya sabes que yo podría casarme con cualquiera de esos señoritos del escritorio que son amigos de mi hermano. La señora me lo dice muchas veces.

Lo único que le interesaba de todo aquello, era la seguridad de continuar en Matanzuela. El amo le pidió después noticias del cortijo. Y escuchó, con aire de aburrimiento, las explicaciones de Rafael. Total, nada: ya sabemos cómo exageran los gitanos. Eso pasará. ¡Un susto, por un novillo suelto!... ¡Si eso es una broma corriente!

Y entonces fue cuando el señor Fermín, valiéndose de su influencia con los Dupont, hizo a Rafael aperador del cortijo de Matanzuela, propiedad del sobrino del difunto don Pablo. El tal Luis había vuelto a Jerez hecho un hombre, después de una continua peregrinación por todas las universidades de España, buscando catedráticos de manga ancha que no tuviesen empeño en malograr futuros abogados.

Siendo obedientes y humildes, tal vez llegasen, con el tiempo, a cobrar tres reales. ¡Una verdadera felicidad!... El cortijo Matanzuela lo miraban como un paraíso. El caritativo Dupont era de una generosidad inaudita. Cuidaba de que los braceros oyesen misa los domingos; y de mes en mes, organizaba comuniones para los gañanes.

Cuando una semana después Rafael fue llamado por el señorito, emprendió el camino de Jerez creyendo que ya no regresaría a Matanzuela. El llamamiento sería para decirle que había buscado otro aperador... Pero el loco Dupont le recibió con gesto alegre. El día anterior había reñido definitivamente con su prima. Estaba harto de sus caprichos y sus escándalos.

Había sido viñador, pero por su fama de revoltoso y pendenciero, tenía que dedicarse al trabajo de los cortijos, encontrando ocupación sólo en Matanzuela, gracias a Rafael, que le protegía por ser amigo de su padrino. Juanón inspiraba respeto a toda la gañanía. Era un impulsivo, sin recaídas de desaliento: una voluntad enérgica que se imponía a los compañeros.

Además, la famosa noche de Matanzuela le había causado gran daño y no quería comprometer con otro escándalo su naciente fama de hombre grave.

Rafael era el aperador del cortijo de Matanzuela, la finca de más valía que le quedaba a Luis Dupont, el primo escandaloso y pródigo de don Pablo. Inclinado sobre el cuello de la jaca, explicaba a Fermín su viaje a Jerez. He venío a encargá unas cosillas para allá y llevo prisa. Pero antes de volver, echaré un galope para ir a la viña y ver a tu padre. Me farta algo cuando no veo al padrino.

Después estaba el gran libro, el más precioso de la casa, lo que podía titularse la carta de nobleza de Matanzuela.

Palabra del Dia

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