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Actualizado: 10 de junio de 2025


Describían en los pueblos la campiña de Jerez como un lugar de abundancia, y las familias confiaban al manijero las hijas apenas entradas en la pubertad, pensando, con una avidez sin entrañas, en los reales que traerían recogidos después de la temporada de trabajo. El arreador de Matanzuela y algunos del corro, que eran manijeros, protestaron.

Y Salvatierra no se daba cuenta de cómo había salido del ventorro remolcado por la mano febril de Alcaparrón y cómo había llegado a Matanzuela con una rapidez de ensueño, corriendo tras el gitano, que tiraba de él, al mismo tiempo que le llamaba su Dios, convencido de que haría el milagro.

A un lado estaba lo mejor de Matanzuela, lo que don Pablo había cuidado más de sus nuevas construcciones, la capilla espaciosa, ornada de columnas y mármoles como un gran templo. Al otro lado permanecía casi intacta la obra del antiguo Marchamalo.

Salvatierra, al oír el nombre del cortijo, recordó a su camarada del ventorro del Grajo, aquel enfermo que ansiaba su presencia como el mejor remedio. No le había visto desde el día en que el temporal le obligó a refugiarse en Matanzuela, pero le recordaba muchas veces, proponiéndose repetir su visita en la próxima semana.

Luego, las gentes de la dehesa le traían escamado, pues al hacer carbón, seguramente robaban al señorito... En fin, que en Matanzuela no se paraba un momento, y sólo después de media noche, cuando en la gañanía habían apagado la luz los que allí quedaban, se había decidido a emprender el galope.

La viña estaba llena de mujeres, y a Luis le agradaba el trato con aquellas mozas serranas que reían las gracias del señorito, y agradecían sus generosidades. María de la Luz y su padre acogían como un honor la asiduidad con que Luis visitaba la viña. De la ruidosa aventura de Matanzuela, apenas si quedaba un lejano recuerdo. ¡Cosas del señorito!

Los gañanes, al volver a Matanzuela no vieron al amo.

Y Alcaparrón reía como un mono, frotándose las manos al hablar del saqueo, halagado en sus atávicos instintos de raza. Un antiguo gañán de Matanzuela le recordó a su prima Mari-Cruz. Si eres hombre, Alcaparrón, esta noche podrás vengarte. Toma esta hoz y se la metes en el vientre al granuja de don Luis. El gitano rehusó la mortífera herramienta, huyendo del grupo para ocultar sus lágrimas.

Partió Rafael de Marchamalo, dejando a su novia menos iracunda, pero llevaba en el pensamiento, como una aguda pesadumbre, la aspereza con que le despidió María de la Luz. ¡Cristo, con el señorito! ¡Qué de disgustos le proporcionaban sus diversiones!... Volvía lentamente hacia Matanzuela, pensando en las caras hostiles de los gañanes, en aquella muchacha que se moría rápidamente, mientras allá en la ciudad, los desocupados hablaban de ella y de su susto con grandes risas.

Fermín, hijo mío... has hecho bien. No había otro remedio que la venganza. eres el mejor de la familia. Mejor que yo, que no he sabido guardar a una moza. La entrada en Matanzuela fue trágica: Rafael quedó absorto de sorpresa. Habían matado a su señorito, ¡y era él, Fermín, quien lo había hecho! Montenegro se impacientaba. Quería que lo condujese a Gibraltar, sin ser visto de nadie.

Palabra del Dia

rigoleto

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