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Actualizado: 21 de junio de 2025
Las mujeres le cogían el faldellín de terciopelo para admirar de cerca los bordados: clavos, martillos, espinas, todos los atributos de la Pasión. Sus botas parecían temblar a cada paso con el brillo de los espejuelos y la pedrería falsa que las cubrían. Bajo las plumas del casco, que aún hacían más obscura su tez africana, destacábanse las patillas grises del gitano.
Cada media hora se alteraba el silencio de la catedral con un ruido de muelles disparados y ruedas en movimiento. Después sonaba una campana de argentino toque. Eran los guerreros dorados de la portada del Reloj que señalaban el paso del tiempo con sus martillos. El compañero de Gabriel se lamentaba de las innovaciones establecidas por el cardenal para fastidiar a los pobres.
Entre los haces de leña que se deshacen en polvo, las ruedas de engranaje inservibles y los restos de los diez últimos años, aparecen varios sacos de harina y de avena; al lado se ve un buen número de utensilios pequeños: martillos, tenazas, cepillos, cuchillos de mesa.
Luego había un sin fin de martillos, garfios, peroles mu grandes, mu grandes... «más anchos que este cuarto». Pues, ¿y los paquetes de clavos? ¿Qué cosa había más bonita? ¿Y las llaves que parecían de plata, y las planchas, y los anafres, y otras cosas lindísimas?
Supe sinembargo, que las armas toledanas eran de las mismísimas condiciones que las de lejanos tiempos. Los siglos han pasado por encima, sin que los forjadores se hayan dado por notificados, pues hoy los procedimientos de fabricacion son los mismos que ahora cuatrocientos años, sin que los productos hayan mejorado notablemente. La vieja España machaca el acero con los mismos martillos.
Otra tos le volvió á atacar al infeliz patron y los obreros ú oficiales se retiraron á sus casas, llevándose martillos, sierras y otros instrumentos más ó menos cortantes, más ó menos contundentes, disponiéndose á vender caras sus vidas. Plácido y el pirotécnico volvieron á salir. ¡Prudencia, prudencia! recomendaba el maestro con voz lacrimosa.
En los caminos chirriaban los ejes de los carros balanceando sobre los baches sus montones de dorados frutos; sonaban en los grandes almacenes los cánticos de las muchachas encargadas de escoger y empapelar las naranjas; retumbaban los martillos sobre los cajones de madera, y en oleadas de tráfico salían hacia Francia e Inglaterra las hijas del Mediodía, aquellas cápsulas de piel de oro, repletas de dulce jugo que parecía miel del sol.
En esos pueblos viejos sí se puede ver cómo fue adelantando el hombre, porque después de las capas de la edad de piedra, donde todo lo que se encuentra es de pedernal, vienen las otras capas de la edad de bronce, con muchas cosas hechas de la mezcla del cobre y estaño, y luego vienen las capas de arriba, las de los últimos tiempos, que llaman la edad de hierro, cuando el hombre aprendió que el hierro se ablandaba al fuego fuerte, y que con el hierro blando podía hacer martillos para romper la roca, y lanzas para pelear, y picos y cuchillas para trabajar la tierra: entonces es cuando ya se ven casas de piedra y de madera, con patios y cuartos, imitando siempre los casucos de rocas puestas unas sobre otras sin mezcla ninguna, o las tiendas de pieles de sus desiertos y llanos: lo que sí se ve es que desde que vino al mundo le gustó al hombre copiar en dibujo las cosas que veía, porque hasta las cavernas más oscuras donde habitaron las familias salvajes están llenas de figuras talladas o pintadas en la roca, y por los montes y las orillas de los ríos se ven manos, y signos raros, y pinturas de animales, que ya estaban allí desde hacía muchos siglos cuando vinieron a vivir en el país los pueblos de ahora.
Pasemos, con los ojos cerrados, por la galería de las catorce puertas, donde cada palo exhibe sus trabajos mejores, y cada industria compuso la puerta de su departamento, la platería con platas y oros y dos columnas de piedra azul, la locería con porcelana y azulejos, la de muebles con madera esculpida como hojas de flor, y la de hierro con picos y martillos, y la de armas con ruedas, cureñas, balas y cañones, y así todas.
Los herreruelos eran soldados de caballería ligera, de cuya suciedad nos da noticia un contemporáneo, Diego Núñez de Alva, en sus Diálogos de la vida del soldado: "Se dicen herreruelos, o por los martillos con que pelean, o por el color, que no paresce sino que traen siempre los rostros tintos con carbón, tan rayados andan de suciedad; no sé si lo causa el sudor y el polvo, si andar las manos sucias del bálago quemado o otras cosas, con que dan a las negras armas color."
Palabra del Dia
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