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Actualizado: 5 de junio de 2025


En cuanto á las casas, de una parte la desvinculación, de otra el afán de modernizarlo todo que ha dominado durante el siglo XIX, y que por desgracia sigue enseñoreándose de las más importantes poblaciones andaluzas, ha producido, como era natural, los más funestos resultados, al punto que nuestras casas perdieron ya los originales y artísticos rasgos que las distinguían de las del resto de Europa, y que hoy se consideren como raros los ejemplares que nos restan de aquellas hermosas mansiones.

Hacia la duodécima hora del cuadrante nocturno una luna más nebulosa que las otras, de una especie que las hadas han probado ser la mejor, desciende hasta bajo el horizonte y pone su centro sobre la corona de una eminencia de montañas, mientras que su vasta circunferencia se esparce en vestiduras flotantes sobre los caseríos, sobre las mismas mansiones distantes, sobre bosques extraños, sobre la mar, sobre los espíritus que danzan, sobre cada cosa adormecida, y los sepulta completamente en un laberinto de luz.

La gran casa antigua, con sus elevadas torres cuadradas, su entrada estilo rey Jacobo, su puerta cochera, los hermosos bojs de fantásticas formas y el reloj de sol de su primoroso jardín anticuado, poseía un delicioso encanto de que pocas mansiones antiguas podían jactarse; y, además, en su perfecto estado de conservación, sin ninguna alteración ni en sus más pequeños detalles, se encerraba otro interesante rasgo de su atracción.

Allí, en las cercanías de los parques del Regente, San James, Green-Park, Hyde Park y otros varios, están los ricos palacios, las elegantes quintas de suntuosas fachadas, las bellas casas de tres ó cuatro pisos nomas, que habitan las gentes acomodadas, los palacios de recreo y de residencia real, y en fin toda la parte de la ciudad destinada exclusivamente al comfort, donde en vez de fábricas y almacenes no hay sino paseos, mansiones mas ó menos aristocráticas, calles anchas, limpias y tranquilas, plazas en cuyo centro se mantienen dentro de verjas de hierro bellísimos jardines, y todo lo que puede revelar el buen gusto y la comodidad.

A este loco respetable bajé a ver para hacerle entender las órdenes de mi señor, y para atravesar prontamente tan obscuras mansiones, hice encender trescientas hachas, y por no encontrar éstas tan a punto, mandé prender fuego a las tocas y vestidos de cincuenta cautivos, y echarlos por delante de para alumbrarme el camino.

¡Qué efecto no producirían en nuestros artistas, en nuestros capitanes y literatos los esplendores de las grandes ciudades italianas al visitarlas por vez primera! ¿Cómo extrañar entonces que nuestros antepasados enamorándose de aquellas bellezas, se deleitaran con su estudio y ansiasen la posesión de aquellas preciosidades para transportarlas á sus opulentas mansiones españolas!

No es asombroso que en semejantes mansiones nazcan chiquillos escrofulosos, raquíticos y contrahechos.

Encontraba en ella un recuerdo de las plazoletas de Florencia, rodeadas de mansiones señoriales, cerradas e imponentes, con su pavimento de guijarros ardientes por el sol, entre los cuales crece la hierba y que despiertan de su modorra al paso tardo de una mujer, de un cura o un viajero, repitiendo sus pisadas cuando ya están lejos.

Tuvo cabo esta historia en la Era de César de 1342, e la escribió maese Cándamo. Feliz el que cubriendo su cabeza con la holanda sutil del blanco lecho, fija la mente en mágica belleza, se aduerme el alba en plácido reposo: y mil veces feliz y más dichoso si bebiendo en la copa del beleño, visita las mansiones encantadas que con oro y azul fabrica el sueño. ¡Oh, Nadir!

Tantos son los dioses cuantas son las mansiones en su Paraíso; pero la de la diosa Quipoci hace muchas ventajas á las demás en comodidades y riquezas.

Palabra del Dia

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