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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Este muchacho se llamaba José Cacochipi y algunos, a sus espaldas, le decían José Cracasch o sea en castellano José Manchas.
¿Y si el padre, si don Ramón levantase la cabeza? ¿Si viese cómo su hijo por un amor destruía de golpe lo que tantos años había costado levantar?... Pasaban un puente. Abajo, en el seco cauce, se destacaban las manchas rojas y azules de un grupo de soldados y sonaba el redoble de los tambores como el zumbido de una enorme colmena.
El portal de corcho, imitando un arco romano en ruinas, es monísimo, y el riachuelo representado por un espejillo con manchas verdes que remedan acuáticas yerbas y el musgo de las márgenes, parece que corre por la mesa adelante con plácido murmurio.
No sólo se revela la vida junto á la nieve, sino que hasta la propia nieve vive en ciertos sitios, tal es en ella el pulular de animalillos. Se divisan desde lejos, en la extensión blanca, grandes manchas rojas ó amarillas. Los montañeses dicen que es nieve podrida.
Por la noche no dejó Miguel de pintarle tres o cuatro manchas en el rostro, con lo cual, al verse por la mañana en el espejo, comenzó a dar tales gritos y a proferir tales lamentos, que acudió el director y algunos profesores. Enterados del caso y hechas las correspondientes averiguaciones, se le impuso a Miguel un severo castigo.
En la primera había una paloma encantada con un alfiler negro clavado en la cabeza; era la reina mora; su madre, la madre de Ana que no parecía. Todas las palomas con manchas negras en la cabeza podían ser una madre, según la lógica poética de Anita.
Llevaba en la boca un clavel blanco salpicado de manchas rojas, y lo mordía con displicencia digna de un socio del Veloz Club. De vez en cuando volvía el conde la cabeza y le dirigía una sonrisa afectuosa, á la cual nunca dejaba de contestar el mancebo con un saludo familiar. Es muy bonito ese clavel que lleva usted dijo la condesa, mientras lo admiraba sinceramente con los ojos muy abiertos.
La superficie de la ría estaba tersa, inmóvil y brillante, como la de un espejo: la luz proyectaba sobre ella algunas extensas manchas argentadas hacia el centro y otras obscuras en los bordes. El cielo se presentaba velado por un levísimo toldo de nubes que hacían soberbia competencia a los quitasoles y sombreros de las señoras.
Su tez tenía matices de cera, y a trechos manchas hepáticas; sus ojos parecían pálidos y grandes respecto de su cara enflaquecida. Pero, bruto exclamó la Tribuna con bondadoso acento , estás sudando como un toro y te plantas aquí entre puertas, en este pasillo tan ventilado... para coger la muerte.
A través del tupido follaje se deslizan aquí y allá algunos rayos que adornan sus vestidos con manchas de oro, ruedan sobre su cuello y sus mejillas, y rozan su frente, poniendo un claro fulgor en su cabellera obscura y rizada. Juan se sienta frente de ella y la contempla con una admiración que no procura disimular.
Palabra del Dia
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