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Actualizado: 3 de junio de 2025
Seguirémos, pues, adelante hasta que destruyas nuestro cuerpo, así como hemos seguido hasta ahora, cubiertos con el escudo de Jesucristo, revestidos con la cota de malla de su piedad y guiados por su espíritu, manteniéndonos inflexibles á toda sugestion que se dirija á hacernos olvidar nuestra dignidad.
Perfectamente armados y protegidos con sus cascos de acero, cota de malla recubierta por el coleto blanco con la cruz roja de San Jorge en el pecho, el largo arco á la espalda y la maza ó el hacha de combate colgada del cinto, sentíase el barón capaz de grandes empresas al frente de aquellos hombres denodados.
Diríjanse á cualquier magistrado y según el humor en que se halle, les dirá con ironía que se metan en la malla dirigiéndose al ministro del ramo, ó les declarará con indignación que van á dirigir un reto á la justicia. Dirigimos, en efecto, ese reto, exclamó Marenval. Pero no nos dirigiremos á nadie más que á usted, añadió Tragomer.
Inclinóse para levantar al infeliz y oyó el ruido de los dardos que caían á bordo, semejante al que produce la lluvia de otoño sobre las hojas secas del bosque. ¡Redes de malla á popa! ordenó el barón. ¡Y otro hombre al timón! dijo imperiosamente el capitán.
De vez en cuando, vibraba una voz fuerte que decía: ¡Herminia!, y los pajarillos volaban espantados hacia el espeso follaje, la arena rechinaba bajo el peso de un pie varonil y aparecía la señorita Guichard con su labor, se sentaba cerca de su sobrina, bajo la sombra embalsamada, y se ponía á trabajar, manejando las agujas de su malla como si fueran espadas y atravesando la lana á grandes pinchazos, como si se hubiera tratado del pecho del aborrecido Roussel.
Sus armas, de que usan, son lanzas y bolas, en lo que son muy diestros, y tienen sus coletos y sombreros de cuero de toro, que con dificultad le entra la lanza, y esta ha de ser de punta de espada: algunos usan cota de malla, pues se contaron hasta nueve.
Los aventureros vestían coraza o cota de malla e iban armados, de espada todos, y unos de flechas, y otros de picas y venablos. A pesar de que en la fortaleza se ignoraba el oculto camino por donde en ella se podía penetrar y a pesar del descuido de la guarnición, la empresa de Morsamor estuvo a punto de malograrse.
Aparece la señorita Terpsy. Es una mujer alta, de cuarenta años, con rasgos un poco cansados, pero muy regulares. Está vestida con una especie de peplo grisáceo, que cubre un traje de malla de color de carne; piernas y brazos desnudos, pies calzados con sandalias entrelazadas; el peinado rojo de la señorita Terpsy está sujeto con bandeletas de oro.
Entró Fortunata con la lámpara encendida, y la tarasca empezó a mostrar mantones de Manila, un tapiz japonés, una colcha de malla y felpilla. «Mire, mire qué primores. Este pañolón es de la señá marquesa de Tellería. Lo da por un pedazo de pan. Anímese, señora, para que haga un regalo a su sobrina, el día de mañana, que así sea el escomienzo de todas las felicidades».
Después de los prelados de morrión de hierro y cota de malla desfilaban los prelados ricos y fastuosos, que no reñían otros combates que los de los pleitos, litigando con villas, gremios y particulares, para mantener la inmensa fortuna amasada por sus antecesores.
Palabra del Dia
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