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Actualizado: 13 de mayo de 2025


Cubre así a veces la cancerosa llaga de una princesa el peplo de lino recamado de rubíes. ¡El descanso, al fin! prorrumpió mi esposa sollozando. El cementerio es el descanso. , Rosalinda de mi vida. Porque había llegado el momento de que Nanela se llamase «Rosalinda», yo la llamaba «Rosalinda»... Después la llamé, ¡y siempre tan acertadamente!

Adivínase un cuerpo espléndido, sobre el cual el peplo forma pliegues de una perfecta armonía. Ella se adjudica un sillón de forma griega; actitud de Tanagra. Las visitantes están maravilladas. LA SE

Dice algunas palabras en voz baja a la criada; luego entran en el estudio: las damas, en peplo y traje de mallas, toman el te con unas amigas más vestidas. A la entrada de Terpsy se levantan. TERPSY. ¡Señoras...! ¡Al altar...! Todas suben a un pequeño tablado. Y de súbito, golpeando a un Baco imaginario, las jóvenes se precipitan.

Aparece la señorita Terpsy. Es una mujer alta, de cuarenta años, con rasgos un poco cansados, pero muy regulares. Está vestida con una especie de peplo grisáceo, que cubre un traje de malla de color de carne; piernas y brazos desnudos, pies calzados con sandalias entrelazadas; el peinado rojo de la señorita Terpsy está sujeto con bandeletas de oro.

Le bastaba con la vanidad de haber fabricado un riquísimo estuche para albergue de su pereza. El príncipe la encontró en un saloncito del piso bajo. Verdaderamente, le recibía con absoluta confianza. Iba vestida con una túnica negra de su invención, mezcla de peplo y de kimono. Los brazos se escapaban desnudos de esta seda floja, que parecía vivir apretándose sobre su cuerpo.

Palabra del Dia

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