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Actualizado: 24 de junio de 2025
¡Oh! exclamó la vieja . La Sra. Condesa y la Sra. Marquesa hacen mal en contrariar la decidida vocación de esta niña. ¡Por qué ese empeño de llevarla a Madrid, cuando ella quiere dejar las maldades y abominaciones del siglo! La pobrecita no quiere cuentas con nadie más que con su prometido Esposo, que es Nuestro Señor Jesucristo.
Pero a muchos les pareció, y así me pareció a mí, que fue particular gracia y merced que el cielo hizo a España en permitir que se asolase aquella oficina y capa de maldades, y aquella gomia o esponja y polilla de la infinidad de dineros que allí sin provecho se gastaban, sin servir de otra cosa que de conservar la memoria de haberla ganado la felicísima del invictísimo Carlos Quinto; como si fuera menester para hacerla eterna, como lo es y será, que aquellas piedras la sustentaran.
Déjeme Vd. acabar. A todas sus maldades ha añadido otra mucho mayor. Paz volvió a sentarse, ocultando entre las manos los llorosos ojos. Y no queremos de ningún modo ser cómplices de una nueva infamia. Hemos sabido sus relaciones con Vd., tan digna, tan buena y respetable.
Esta es una de las más abominables maldades que comete el hombre, no sólo con los toros, sino con otros muchos seres sensibles. ¿A quién debe detestar más la Sociedad protectora de los animales, a un torero de Córdoba, de Ronda o de Sevilla que mata al toro caballerescamente, Cara a cara y con razón,
Son probes muchachos que han tenío una desgracia y se van ar campo. Yo me he tropezao con muchos de menos fama, pero que anduvieron por ahí haciendo maldades. Son lo mismo que los toros: gente noblota y simple. Sólo acometen cuando los pinchan, creciéndose con el castigo.
Miré por él, latiéndome el corazón y temblándome todo el cuerpo; y la vi, allá en el fondo y en el mismo desaliño en que yo la había dejado en mi despacho, recostada en un sillón; el rostro, descolorido; los ojos, enrojecidos y secos; la mirada, perdida en el cúmulo de los pensamientos; la expresión, de honda tristeza, y las manos, abandonadas sobre el regazo. ¡Qué dolor!... ¡y qué corazón había elegido para anidar! ¡Y todo aquel estrago era obra mía; de mis maldades, de mis escándalos!
Por esta y por otras muchas maldades que se descubrieron, se comprendió que don Raimundo era un monstruo abominable, por lo cual el rey pudo ejercer provechosamente su justicia mandándole ahorcar, como le ahorcaron con general regocijo de los ciudadanos de Oviedo, porque D. Raimundo era muy aborrecido y porque en aquella edad tan ruda la filantropía no era cosa mayor y no infundía repugnancia la pena de muerte.
Pero no deja Nuestro Señor sin castigo, aun en esta vida, maldad tan enorme, porque los más tienen malas muertes, y lo peor es que raro es el que de ellos se arrepiente y pide perdón de sus culpas y maldades, porque se dejan arrastrar de la desesperación y se van al infierno; y hay sujeto de los nuestros, testigo de vista, que dice que en la rota sobredicha el año de 1696, ninguno de los que murieron en el campo ó se ahogaron en el río, pidió confesión ni dió señal alguna de arrepentimiento.
Bueno prosiguió, acariciando la rubia cabeza de la niña, ya estás perdonada, pero ¡cuidado con hacer maldades! Vete abajo y pídele un beso a Concha. La niña, al oír estas palabras, se puso densamente pálida, permaneció inmóvil algunos momentos, y al fin se dirigió a la puerta con paso vacilante.
Hablóles con grande energía de las utilidades de la paz, descubriendo los fraudes y engaños del enemigo que nada deseaba más que tenerlos por compañeros de sus maldades en esta vida, y de las eternas penas del infierno en la otra.
Palabra del Dia
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